El reencuentro

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La mansión Riddle permanecía quieta bajo el manto helado de la noche de Año Nuevo. Las altas torres y las paredes de piedra oscura no dejaban entrar la luz de las estrellas, pero dentro, el resplandor de los candelabros dorados iluminaba la estancia con un brillo siniestro. Los invitados, entre murmullos y sonrisas tensas, se amontonaban en los pasillos elegantes, donde cada detalle parecía estar planeado para mostrar poder y oscuridad. Sin embargo, la fiesta era menos de celebración y más un recordatorio de la supremacía que se estaba consolidando.

La familia Malfoy ya estaba presente. Lucius y Narcisa intercambiaban corteses sonrisas con los demás, pero sus ojos siempre estaban en guardia, conscientes de que su lealtad seguía en juego. Draco, por otro lado, distante y callado, se mantenía apartado de las conversaciones. En un rincón oscuro, casi invisible en su silencio, estaba Lord Voldemort, examinando a sus seguidores con su mirada fría. Los ecos de la música llegaban a sus oídos, pero su mente estaba en otro lugar. Bellatrix Lestrange, fiel hasta la médula, no dejaba de observar al Señor Tenebroso, esperando cualquier indicio de que su lealtad fuera puesta a prueba.

Mattheo, por su parte, se mantenía distante, contemplando a los demás con una mirada fía, calculadora, casi vacía. Parecía no haber ni rastro del joven que había cambiado por amor, específicamente por el de Alexa Weasley. En su lugar, se encontraba el hijo menor de Lord Voldemort que siempre había sido: cruel, arrogante y completamente dedicado a la causa de su padre. Nada en su expresión daban indicios de que alguna vez había sido alguien diferente.

Su hermano mayor, Tom, había estado observándolo durante toda la noche. Él había sido testigo de la transformación de Mattheo, cuando él comenzó a cambiar, a cuestionar lo que Voldemort representaba, cuando comenzó a sentir algo más por la joven Weasley. Sabía lo que ese cambio significaba.

A medida que las campanadas de medianoche resonaron a través de la mansión, un aire de vacío se instaló en el lugar. Los mortífagos, que no veían sentido a las festividades ni a los simples gestos de celebración, ya se habían ido, desapareciendo en la oscuridad, como fantasmas que solo tomaban forma para sembrar el terror. Voldemort, en su habitual indiferencia por cualquier cosa que no estuviera relacionada con el poder y el control, había abandonado la mansión sin pensarlo dos veces. Bellatrix, como siempre, le había seguido sin protestar. El eco de sus pasos desapareció junto al sonido de las puertas cerrándose.

La mansión, ahora silenciosa, parecía aún más vacía sin la presencia de los mortífagos. A lo lejos, Mattheo podía escuchar el retumbar de los fuegos artificiales. Se alzaban en el cielo como destellos de color que iluminaban la noche oscura. La llegada del nuevo año le importaba poco. Estaba atrapado en su propia tormenta interna, sintiendo que todo lo que había construido, todas las decisiones que había tomado para seguir el camino de su padre, lo arrastraban cada vez más lejos de lo que había sido. O lo que había querido ser.

Desde la puerta del salón, Tom, apareció con dos vasos de whisky, la bebida que siempre había sido un pequeño consuelo entre ellos. Avanzó hacia Mattheo, pero el simple hecho de su presencia ya hablaba por sí mismo. Sabía que su hermano estaba lidiando con algo que no podía entender del todo, pero sí sabía lo suficiente como para reconocer el dolor detrás de esa fachada dura. Él había visto cómo había cambiado antes de perder su memoria. Había visto cómo se había suavizado, cómo había comenzado a cuestionar el legado de su padre, cómo incluso había llegado a amar a alguien. Pero ahora, después del hechizo de Voldemort, su transformación había desaparecido. Mattheo había olvidado todo eso, incluso a la chica que había sido su razón para ser mejor: Alexa Weasley.

Sin decir nada, Tom entregó uno de los vasos a su hermano y levantó el suyo en un gesto silencioso. Mattheo miró el vaso por un momento, luego lo tomó sin decir una palabra. El whisky quemó su garganta, pero no fue el calor lo que lo atravesó, sino el peso de la mirada de Tom, que no se apartaba de él, esperando algo más. Con el vaso en mano, se quedó mirando la luz de los fuegos artificiales reflejada en la copa. Era evidente que la conversación que se avecinaba no sería fácil. Mattheo no estaba dispuesto a abrirse, eso lo sabía. Pero aún así, debía intentarlo.

Mattheo Riddle y Alexa Weasley (parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora