Capítulo Once

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Cuando deje de correr y miré alrededor, vi con asombro que había corrido unas dieciséis calles en casi un minuto. Juegos Olimpicos de verano, allá voy. Asumiendo que las carreras se efectuaran durante la noche.

Estaba en una de las calles laterales del Hospital General de Minneapolis, y pensé en entrar y llamar a un taxi. Sin duda no volvería al cementerio - no quería encontrarme con ninguno de esos perdedores de nuevo. Y si alguna vez volvía ver a esa imbécil, usaría sus ojos para... para algo repugnante. Cada vez que pensaba en sus manos sobre mí, su pulgar en mi boca, me excitaba. No, maldición, eso no es lo que yo quería decir... que me enojaba. Realmente enojada. Debería meter mis dedos en su boca, veríamos si eso le gustaba. ¡Debería apretar mis dedos en su tráquea! ¡En su trasero! Adentro de su...

A estas alturas ya iba pisando fuerte calle abajo, cuando me sentí aliviada al escuchar una voz lejana que hizo desaparecer para mí, el ruido de la noche y del escaso tráfico:

- ¡Mírame, mundo!

¡Sí! Algo para distraerme de los acontecimientos inquietantes de la última hora, alabado fuera Dios. Miré hacía arriba. Seis pisos arriba, un hombre, algunos años menor que yo, estaba de pie sobre la cornisa. Miraba hacía abajo, directamente a mí. Supe entonces que esperaba hasta que me moviera, así, podría saltar sin salpicarme cuando chocara contra el suelo. Dejé de caminar. El edificio era viejo, construido de ladrillo, puse las manos en la pared, probando la textura, y se me ocurrió una idea - una realmente brillante. Aparecen como tormentas para mí - es como esto, ocurre algo y luego me aparece una idea nueva salida de la nada.

De cualquier manera, salte hacía arriba y comencé a trepar. En un momento me estaba moviendo rápidamente por el costado del edificio como un insecto grande y rubio. Estaba enojada por lo que había pasado en el cementerio, y preocupada por el tipo del tejado, pero no podía evitar estar también eufórica por lo que podía hacer. ¡Estaba escalando seis pisos... yo! Ni siquiera podía escalar la maldita cuerda en la clase de gimnasia, ni aun la fácil con los agarres de caucho. Y era fácil. ¡Era maravilloso! Me requería tanto esfuerzo como abrir una lata de Pringles. ¡Soy rápida, soy fuerte, yo soy... SpiderVamp!

Llegué a la cumbre y di un pequeño salto, que me envió algunos metros por el aire, los suficientes para aterrizar en el tejado y hacer una profunda reverencia. ¡Ta-dah!

Era un chico lindo. Vestido con el uniforme del hospital que - uh-oh - olía a sangre seca, emitía vibraciones de fatigada desesperación. Llevaba el pelo no tan corto, sus ojos eran oscuros, y tenia una barba de días. Estaba ligeramente bronceado y era delgado. Clavó los ojos en mí abriéndolos como platos.

- ¿Qué has tomado? - Dijo después de un rato.

- No empecemos con eso.

- Realmente debo estar cansado, - dijo, más para sí mismo que para mí.

- Un buen intento, pero no soy una ilusión. Aunque con estas zapatillas de tenis de segunda categoría, debo parecerlo. ¿Por qué quieres saltar? ¿Qué pasó?

Me miró parpadeando y cambió su peso de un pie al otro. No estaba, de ningún modo, nervioso por hablar conmigo. Probablemente pensaba que podía saltar, mucho antes de que me acercara a él. Y estaba triste e infeliz; Nada le asombraba esa noche.

Vampira & SolteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora