Mi mente parece haberme declarado la guerra. Constantemente me despierto después de haber vivido ciertos sucesos que parecen reales para descubrir que no son más que crueles alucinaciones que no dejan de cruzarse en mi camino, como méndigos necesitados de hacerme ver cosas que jamás ocurren, cosas que son producto del desequilibrio de mi subconsciente.
—Aninka, despierta —Abro los ojos y me encuentro con Dorian, quien refleja una expresión circunspecta—. ¿Estás bien? —mi cabeza martillea como si estuviese siendo sometida a las fuerzas de un taladro. Dorian pone su mano en mi frente y me examina, tratando de medir mi temperatura. Su tacto en mi piel se siente tan frío que me hace castañear al instante—. Tienes fiebre —Frunce su ceño al decirlo, y me toca una vez más para corroborarlo.
—¿Qué pasó? —pregunto intentando recordar el momento exacto en el que perdí el conocimiento. Lo último que recuerdo es haber estado alucinando con que Dorian se había convertido en Tarik.
—Llegué a mi habitación y te encontré desmayada.
—Pero tú y yo estábamos hablando antes de que... —musito, apretando mi garganta al decirlo. Mi voz suena gutural y atorada. No puedo creer que, una vez más, estuve alucinando acerca de cosas que jamás han sucedido. Me siento como si estuviese jugando algún juego en una feria, en el que depositan una moneda debajo de una pequeña cajita y colocan otras cajas idénticas a ellas. Luego, empiezan a mover esas cajitas con rapidez para que adivine en qué caja está la moneda. En mi caso, las cajitas se mueven con tanta rapidez que parecen estar siendo controladas por alguna entidad sobrenatural que me impide averiguar en cuál de ellas se oculta la moneda, esa que contiene lo que necesito. Algo que jamás alcanzaré y es, sin duda, la verdad sobre mi vida.
Dorian aprieta su entrecejo, como si no comprendiera por qué le digo que estuvimos hablando antes de mi supuesto desmayo. Me mira como si no habláramos el mismo idioma.
—Aninka, llegué y te encontré tirada en el suelo. Después de la cena, no volvimos a hablar —Me dice tomándome entre sus brazos y levantándome con hercúlea facilidad. Su cuerpo duro me abraza como si quisiera convertirse en mi armadura. Evito recostarme en su pecho, aunque debo reconocer que se siente endiabladamente bien estar en sus brazos—. Recuéstate si quieres, para ti es gratis —No sé a qué se refiere con eso de que para mí es gratis. Parece ser el mismo Dorian que en mis aparentes alucinaciones me estaba coqueteando.
¿Acaso le cobra a las que se recuestan en su pecho?
—Bájame. —externo usando un tono rasposo, grave e incluso tosco.
—No lo haré, necesitas atención médica. Estás temblando —Dorian me aprieta al decirlo. Me pregunto por qué lo hace como si quisiera con ello absorber mi malestar y guardarlo en su interior.
—Estoy bien —rebato con voz debilitada y casi susurrante.
—No, no lo estás. Te encontré aquí desmayada, pálida y tan jodidamente hermosa que por un momento quise darte un beso de cuento de hadas que te ayudara a despertar —La intensidad de sus palabras cala hondo en mí. El sonido de su voz al decirlo me transporta lentamente a una especie de recuerdo. Una especie de caja escondida en las catacumbas de mi mente laberíntica.
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La Red Prohibida ©
Teen FictionVanessa Murphy decide entrar a la parte turbia de internet, sin imaginar que esto la llevará a perder mucho más que su cordura. Seis meses después de haber entrado a la zona oscura de la red, pierde sus recuerdos y despierta en un horrible lugar. V...