15. Encerrados

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Dorian camina hacia mi dando peligrosos y candentes pasos

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Dorian camina hacia mi dando peligrosos y candentes pasos. Él ajusta su cabeza hacia un lado haciendo que la luz de la habitación centelle sobre sus ojos, como si intentara con su mirada encender en mí un tipo distinto de luminiscencia. Su perfume mentolado emite un aroma fuerte y diverso. Eso como si el pecado se convirtiese en líquido y este fuese depositado en el cuerpo fornido de Dorian.

Aprieto mis nudillos tratando de distraer mi mente de la cercanía de un hombre que ante el resto del mundo es mi tío, pero que ante mis ojos no es más que un simple ser que no debería de importarme demasiado.

—¿Sabes lo que le pasó a caperucita por acercarse demasiado al lobo? —Dorian está tan cerca que su aliento casi roza mis labios. Me siento tentada a descubrir si él sabe tan bien como huele.

—¿Caperucita se llenó de garrapatas? —respondo dando un torpe paso hacia atrás.

Dorian levanta una ceja y pliega sus labios en una sonrisa semicircular.

—Error, pequeña Aninka. En la versión no censurada del cuento, caperucita y el lobo jugaron a la casita del placer. ¿Te suena la historia? —él aprieta sus labios y yo me regaño interiormente para no responder a sus movimientos.

Dorian parece ser un lobo que no deja nada al azar. Que no se detiene a examinar las consecuencias moralistas de estar a punto de rozar mis labios. Es un lobo que examina a su presa con tanta fascinación que provocaría que incluso la oveja más recatada y pasiva sienta ganas de permitirse pecar junto a él. Es un lobo que desnudaría a la luna. Es un lobo que reinaría en las colinas del placer y que encendería cada centímetro del cuerpo de una mujer. Es un lobo oscuro, indiferente, perfecto, deseable y tan desvergonzado que me hace pensar en lo afortunada que sería caperucita si lo conociese.

—Estoy aquí por lo de la nota —reacciono con estrépito—. Me enviaste un papel diciendo que sabías más sobre mi pasado y estoy aquí para que me digas qué es eso que conoces acerca de mí.

Mis manos tiemblan al tiempo que suspiro. El nerviosismo toca una melodía extraña en mi corazón.

—Segundo error, si yo quisiera verte no usaría el ridículo método de las notitas adolescentes —él bufó, frunció sus labios y apretó una ceja con aire ofendido—. ¿Cuántos años crees que tengo? ¿Catorce? —Dorian parpadea con rapidez. Sus largas pestañas se mueven con elegancia—. Te recuerdo que, como Lena bien te explicó, fui adoptado por tu familia cuando tenía diecisiete, así que ni siquiera he visto tus fotos de bebé. Esas que los padres le toman a sus hijos cuando están desnudos para avergonzarles cuando sean mayores —me guiña un ojo con diversión—. Pero si quieres reponemos esas fotos que no te tomaron desnuda cuando eras pequeña y lo hacemos ahora.

Su boca está lo suficientemente cerca como para tocar la mía. Abro mis labios y me detengo en su boca delgada y tan tentadora que empiezo a estremecerme interiormente con la sola idea de que en algún momento su lengua roce la mía.

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