Parte treinta

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CON SU CORAZÓN al borde del colapso, logró llegar a St. Mungos. Desesperado y sintiendo su alma romperse al ver cómo se llevaban a Annelisse para atenderla, percibió todo derrumbarse a su alrededor.

Los médicos le hablaban, pero él no era capaz de prestar atención. Tan solo podía pensar en ella, en que estuviera viva; en que no muriera ahora después de todo lo que habían pasado.

—Señor, por favor. Señor —alcanzó por fin a escuchar, escapando de aquél trance. Una de las curanderas estaba frente a él, tratando de captar su atención. Draco no habló, tan sólo la miró y dejó que ella hiciera su trabajo—. Necesito saber qué le ha ocurrido.

Trago saliva.

—Ha... Roto un Juramento Inquebrantable. Creo —balbuceó todavía en shock, asimilando la situación.

—Le informaremos del avance, pero ahora debe esperar aquí. Vamos a tratar a la ¿Señorita...?

—Haunt —respondió con un nudo en la garganta.

La curandera le sonrió levemente, con compasión, justo antes de desaparecer tras el largo pasillo. Pero eso no calmó a Draco en absoluto.

Volvió a sentir aquél vacío en él. Desesperado por dentro, gritando a pleno pulmón. El amor de su vida estaba en una de esas salas y ni siquiera sabía si estaba viva o muerta; algo que le mataba dolorosamente por dentro.

Quieto, paralizado ante la situación, no podía evitar sentirse ciertamente culpable; sintiendo que al haber obligado a Annelisse a mostrarle aquello, él mismo la habría matado. Algo que no podría perdonarse jamás.

Su cabeza era un desastre, toda revuelta. Las ideas e imágenes rodaban por su cabeza cual torbellino, a toda velocidad. Entendía por qué ella no había querido contarle nada. Entendía, ahora, por qué era tan peligroso y se sintió aterrado ante la misma idea. Era como si le taladrara la cabeza.

La idea de que Annelisse muriera después de todo lo sucedido, tan sólo le hacía desear la suya propia. Enfadado consigo mismo, una vez más pensando en que él la había podido matar.

O no.

O casi.

No saber lo que estaba sucediendo le tenía en una constante ansiedad y terror, envuelto en puro odio hacia su persona; odiándose a si mismo completamente ante la idea de haber podido matar al amor de su vida. A quien además acababa de volver a comprometerse.

—¡Draco! —gritó una voz familiar, sin darle tiempo a reaccionar. Unos brazos lo rodearon con fuerza nada más girarse y supo quien era. Su amiga. Tras unos eternos pero agradecidos segundos de abrazo, Mittie se separo de él, mirándolo con completa preocupación y miedo—. ¿Qué ha pasado? —observo al su amigo, roto completamente.

—Ella... —intentó hablar, pero resultaba imposible—. Me enseñó en el pensadero lo que pasó. Se desmayó. No sé ni siquiera si ella está... No quiero ni decirlo —sus ojos se llenaron de lágrimas, tratando de liberarse y dejando su ojos empapados.

Jadeó ante esa información. Miró un segundo a Albert, quien había venido con ella nada más enterarse de lo sucedido.

—No digas eso, seguro que ella está bien.

—Malfoy —lo llamó Albert, captando su atención—. ¿Qué hizo exactamente ella?

—No lo contó, me lo mostró —respondió

—Ella y yo habíamos hablado sobre que el Juramento ya no era mortal tras lo sucedido con... —carraspeó—, pero seguía teniendo efectos hirientes. No sé hasta qué punto, no sé qué puede pasarle... —respiró hondo—. Pero seguro que no ha sucedido nada grave.

Cinco horas con draco malfoy, pt.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora