Philip Ojomo llegó a los Estados Unidos con nada más que la esperanza de un nuevo comienzo. Estaba más que satisfecho cuando un hombre musculoso llamado Azarov le ofreció un trabajo en el Desguace Autohaven. Se trataba de un pequeño cementerio de automóviles donde los policías sobornados harían de la vista gorda, ante los negocios algo turbios llevados a cabo en el patio de chatarra por Azarov, pero a Ojomo no le importó. Sabía que no podía esperar un estilo de vida lujoso sin trabajar duro durante un largo período de tiempo. Entonces fingió que no existía. Había visto actividad delictiva de cerca en su tierra natal, pero mientras no lo implicase a él, había dejado que las cosas fueran como eran. Simplemente arreglaba autos y maneja la trituradora, algo que le gustaba especialmente. Entraba un coche y sale un cubo metálico pequeño.
No fue hasta una noche en la sombra, que él, por sorpresa, vio sangre brotando de la parte trasera de uno de los coches sin comprimir. En silencio, lentamente abrió el baúl. Dentro, vio a un joven amordazado, maniatado y con una mirada aterrada, arañaba ferozmente las paredes intentando escapar de lo que seguramente creía que era su verdugo. Con prisa, Ojomo liberó al chico, usando una baraja improvisada para liberar los lazos. Temeroso, la víctima salió corriendo, derribando una pila de llantas y esparciendo una pila de latas de comida. Se estrelló contra la puerta cerrada del garaje, golpeándose violentamente como un animal salvaje en un intento de huir. Philip Ojomo apenas podía moverse cuando su jefe, Azarov, decidió en ese momento controlarlo, abriendo de par en par las misma puerta y haciendo que el chico se desplomara y cayera al suelo. Le tomó a Azarov menos de unos pocos segundos agarrar rápidamente el cuello del niño, apretarlo y retorcerlo hasta que dejó de respirar por completo. Luego, con una calma antinatural, Azarov lo recogió y lo colocó de nuevo en el baúl del auto y cerró la tapa. Y le dijo a Ojomo que hiciera su trabajo como de costumbre.
Y fue entonces cuando Phillip reaccionó y se dio cuenta; nunca fue un triturador de automóviles, ni un mecánico convencional. El chico inicialmente tenía la razón: Ojomo era su verdugo. Él había estado aplastando a las víctimas de la retorcida banda de criminales de Azarov todo el tiempo. Cada automóvil nuevo, una nueva víctima escondida dentro del vehículo. Tenía demasiado sentido. Enfadado, Ojomo perdió los estribos y cuando Azarov le dio la espalda, Ojomo agarró una palanca cercana, giró el extremo doblado en la parte posterior del cuello de Azarov, colocándola entre su clavícula y el cuello; y tiró con fuerza. Azarov se desplomó y quedó inconsciente. Pero Ojomo no se detuvo, apuntando a la cabeza, golpeó con la palanca el cráneo de su antiguo jefe una y otra vez hasta que todo lo que quedó fue un desastre húmedo de lo que solo podía describirse como carne roja.
Esas imágenes fueron de todas las cámaras de seguridad de mala calidad capturadas antes de que se corten. Para cuando alguien encontró a Azarov, su colágeno espinal había sido removido y el lío húmedo dejado atrás de su cabeza contenía cantidades muy limitadas de fragmentos de cráneo; la mayor parte fue extrañamente eliminado. Phillip Ojomo a partir de ese momento simplemente desapareció y nunca más se le volvió a ver.