Lisa Sherwood creció en un pueblo tranquilo. Sus vecinos eran amables, y los mayores se ayudaban entre si y mantenían vivas las tradiciones. Lisa sentía predilección por los talismanes que le habían enseñado a dibujar para conseguir protección y buena suerte. Una noche, mientras volvía a casa a través del bosque, estalló una terrible tormenta. Se resbaló en el suelo mojado en medio de la oscuridad y se golpeó la cabeza. Mientras perdía la consciencia, vio varias figuras oscuras acercarse a ella desde la espesura. Pronto se encontraban lo suficientemente cerca para poder adivinar lo que sus malvadas y hambrientas sonrisas pretendían.
Se despertó encadenada en la pared de un sótano inundado. En la penumbra podía ver a otros, cuyas heridas abiertas estaban cubiertas de moscas. No tardaron mucho en morir cuando los caníbales empezaron a cortar trozos de sus cuerpos con sus cuchillos oxidados. Pero de alguna forma Lisa consiguió sobrevivir. Hambrienta y mutilada, sus grilletes ya no apretaban tanto sus escuálidos brazos. Empezó a tirar, y el metal desgarró su carne y su piel hasta que consiguió liberarse. Su carne supuraba un pus amarillento, y se podían ver sus huesos a través de las heridas gangrenadas. Se sentía incapaz de seguir adelante. En medio del delirio, recordó su hogar, recordó a los ancianos, trazó los símbolos que le habían enseñado. Un hambre oscura se despertó en su interior. Ansiaba sangre. Eligió la venganza.