David King, hijo único de una familia rica, parecía destinado a la grandeza. Mientras crecía en Mánchester, demostró un gran potencial tanto para los deportes como para los estudios y, gracias a los contactos de su familia, tenía abiertas todas las puertas. Podría haber triunfado en cualquier cosa de no ser por su naturaleza agresiva. David vivía por el subidón de adrenalina de una buena pelea y hacía todo lo posible por meterse en una.
Su complexión robusta y capacidades atléticas lo condujeron al rugby, donde no tenía que andarse con miramientos para poder armarla bien gorda. King sobresalió y se labró una reputación como novato prometedor pero descontrolado. Su ascenso meteórico terminó abruptamente cuando perdió los estribos y atacó a un árbitro, ganándose una expulsión de por vida en la liga y truncando lo que casi todo el mundo presumía que iba a ser una larga carrera de éxitos. A King no le importó; el dinero no era problema, así que se lo tomó como una jubilación anticipada y se centró en actividades más divertidas.
Libre de las ataduras de un empleo y surtido de la riqueza de su familia, David King pasó la mayor parte de su vida en bares, bebiendo, viendo partidos y metiéndose en peleas. Habrá quien piense que estaba echando a perder su vida. No muchos sabían que era un "recaudador de deudas" ocasional, o que peleaba en clubes de la lucha clandestinos a puñetazo limpio.
Cuando David King dejó de ir al bar, los pocos amigos que tenía no se sorprendieron. Se imaginaron que al fin se había encontrado a alguien más fuerte que él. En cierto modo, no se equivocaban.