Cheryl Mason, anteriormente conocida como Heather, era una joven impulsiva y cariñosa que intentaba reconstruir su vida tras la trágica muerte de su padre adoptivo, Harry Mason. Aunque se había liberado de la secta religiosa que la había perseguido desde su nacimiento, la muerte de su padre la seguía consumiendo. Una oscuridad la atormentaba cada noche en forma de pesadillas abominables. Para aliviar su conciencia, se presentó como voluntaria en un centro de intervención para jóvenes con problemas. Tres meses más tarde, bordó la formación y podía atender la línea telefónica de emergencias sin supervisión. Pero nada podría haberla preparado para su primera llamada. Solo se oía estática. El aire se espesó con vapores oscuros que se elevaban desde el suelo y, de repente, llegó a sus oídos una voz de mujer; una voz que creyó que no volvería a escuchar de nuevo. "¿Por qué te aferras a este mundo corrupto? Sabes que solo Dios puede salvarnos". No podía ser ella. Claudia estaba muerta. De repente, el mundo empezó a dar vueltas y cayó de rodillas, mareada. La garganta se le llenó de bilis caliente y vomitó sangre tibia en el suelo. Después, el mundo dejó de girar tan rápidamente como había empezado. Cheryl miró hacia arriba y vio que estaba en otro lugar. Un lugar frío y lleno de desesperanza.