10 | Mi bella damisela.

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Hablándole a la luna de ti

La libreta de anotar los pedidos se posaron en las blanquecinas manos de Eva para comenzar su turno en aquel bar. Hoy era una bella tarde de otoño, los árboles eran azotados por un ligero viento que soplaba en la ciudad. Mujeres charlaban entre sí, mientras que sus labios mojados en café relataban sus lujosas vidas con sus maridos. Y estos jugaban al truco con un cigarrillo en sus bocas.

Las puertas del local eran abiertas por dos robustas manos. Un hombre de barba con un sombrero sobre su cabeza entraba con aires de superioridad, como si el mundo le debiera algo a él. Confiado dio pasos hacia adelante, pero atrás de él avanzaba una jovencita. Temerosa, insegura y cabizbaja, pasando detrás del hombre que iba hasta la barra. Eva aún con su libreta se dio vuelta para ver quien ingresó. Su rostro se iluminó y una sonrisa de oreja a oreja subió sus pómulos hasta arriba. Rápidamente fue borrada y con confusión miró a su bella damisela, que estaba parada junto a un hombre que era totalmente desconocido ¿Será el padre? Se preguntó con curiosidad.

-¿Alguien podría darse el lujo de atendernos?- Habló con una voz gruesa, áspera y profunda, provocando en Eva una extraña sensación de miedo. Parecía ser un tipo temible, de esos que por nada en el mundo te le arrimarias.

-Disculpe, señor...

-Fontaine, señor Fontaine- Murmuró con desprecio y con una ceja elevada.

Pero quien se creía ¿Un mafioso o que?

-Señor Fontaine, lo lamento. Pase por aquí- Sus ojos fueron de inmediato a la jovencita que aún mantenía su mirada en las baldosas del bar. No podía creer que estaba tan cerca y que podía disfrutar del dulce aroma de su perfume, aunque aquel disfrute sólo duró unos segundos.

Nunca supo que era el hombre de su damisela, pero sí sabía que era alguien que se quería hacer respetar con sus miradas altaneras. Mientras que la jovencita actuaba de manera diferente enfrente de él. No era la joven que Eva conoció, risueña y simpática. Sino que, esta joven era tímida, insegura y callada con la presencia del hombre.

-Entonces, un café cargado para el señor y para la joven...-Miro rápidamente a la contraria esperando respuesta, pero no fue ella quien respondió, sino el.

-Para ella unas medialunas y un jugo.

¿Por qué no le otorgaba la oportunidad de elegir su pedido?

Suspiro con desconfianza, se notaba a leguas que la joven enfrente de él no tenía derecho a hablar, ni rechistar. No tenía libertades y si eso era un temor para Eva, no se imaginaba para ella.

-De acuerdo, un café cargado y unas medialunas con jugo para la joven ¿Puedo saber su nombre señorita?- Cierto nerviosismo crecía por el interior de la mujer, esta era su gran oportunidad para saber el nombre de esta, para que su bella damisela al fin tenga su tan esperado nombre. No sólo eso, para contarle a su libreta el tan curioso día que descubrió su nombre.

Pero no la tendría fácil.

-¿Para qué quiere saberlo?- Elevó una de sus cejas y su rostro reflejaba seriedad, provocando que Eva apartará su mirada por el temor que crecía en ella-Para anotar su pedido, señor.

-No hace falta. Anote el pedido como Luca, no creo que haya problema ¿no?

-No, claro que no.

Una tristeza floreció por el cuerpo de Eva, y se fue triste sin saber el nombre de su amada. Estaba llena de ilusión, esa ilusión inocente que cualquier enamorado tiene cuando está por conocer al amor que tanto lo traía loco. Antes de irse, miró hacia la chica. No sabía bien explicar las facciones de su rostro, eran de incomodidad y ¿tristeza? No podría entender como un padre, o lo que fuese, pueda ser tan seco y frío como lo era este hombre.

Y se fue, con su mirada cabizbaja y la ilusión destrozada, con su libreta en mano y un extraño dolor en el medio de su pecho. Escucho unos susurros por parte de ellos, pero no entendió mucho al estar un poco lejos.

Mi bella damisela,
hoy no supe tu nombre.
Pero si el del hombre
que te acompañaba,
su mirada fría y altanera
aún está grabada en
mi mente y de seguro
acechara mis más
pesados sueños.

Mi bella damisela de
sonrisa carmesí,
abarcó una tristeza inmensa
por no poder susurrar
tu nombre en mis
más grandes desvelos.

Aún sigo anotando
nombres en mi libreta.

Eva.

Hablándole a la luna de ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora