Part XIV

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La lluvia le caló hasta los huesos. Casi podía sentir la furia que vibraba en su cuerpo se reflejaba  en el cielo. Se obligó a respirar hondo hasta calmar su respiración, Los relámpagos iluminando con furia un cielo nocturno, los truenos rugieron en sus oídos como su propia furia. 

Era estúpido, no iba a dejar que nada la afectara así. No él.

Scarlett ajustó su capa alrededor de su cuello en un gesto rápido y poco eficaz. Sus maldiciones muriendo entre el susurro de una lluvia demasiado enojada, desatada. Si Thomas Shelby no hubiera sido la persona más desagradable con la que había tenido la oportunidad de hablar, le habría pedido refugio, al menos hasta que la lluvia se calmara lo suficiente como para poder ver entre los parpadeos húmedos.

Su estómago se apretó ante el recuerdo del desdén brillante en aquellos ojos grises como el acero. Algo más que no era capaz de descifrar bailaba en su despiadado rostro. Su expresión indescifrable, como siempre. Como si su maldita cara de póker fuera la única que el poseyera. 

Le había comentado el plan, o parte de él. La parte que quería que supiera, al menos. Y al minuto en que ella había terminado de comentarle, y después de corregir fallas en todo lo que él veía o consideraba como un error inminente, él había abierto la puerta de su despacho, en donde se encontraba una mujer. Una dama. 

¿Cómo había entrado? ni puta idea. ¿Una dama? ni de coña. Lizzy era todo menos una dama.

 Si no se equivocaba, ella había trabajado como prostituta unos buenos años. Y ahora aquellos ojos azules, demasiado intrusos para su gusto se encontraban mirando, sin disimulo, midiéndola como un caballo, o su competencia. No le importaba. Todavía podía recordar cómo se había levantado de su asiento, mirándola fijamente hasta que estuvo sentada en las piernas de Thomas. Hasta como pudo ver como se acomodaba. Como sus caderas se movieron al igual que su culo flacuchento. Cómo pegó sus labios al cuello de él, para luego subir y subir, marcándolo como si fuera su objeto personal. Su propiedad.

No fue hasta que su mente decidió divagar en pensamientos demasiado extraños para ella, que sus piernas se levantaron como resorte. La rabia subiendo por su cuello, siendo solamente apaciguada con la ráfaga de humedad y frío que se le pegó como segunda piel al segundo en que empujó con toda la fuerza que pudo la puerta tras ella. 

 Estaba casi segura de que Thomas Shelby ni siquiera la había visto irse. No con lo ocupado que estaba. 

Después de todo...ella tal vez estaría igual de ocupada que él... con John.

John . John . John. Cantó su mente. Su corazón exclamó de pronto un ritmo impropio de ella.

Gruñendo y maldiciendo, se apresuró por la noche. Corriendo entre charco y charco. Rogó por que la lluvia también pudiera inundar sus pensamientos. Ocultar el retumbar estrepitoso de su corazón. Y por sobre todo apagar aquella rabia inexplicable que todavía se aferraba a sus entrañas. 

¿Qué había sido eso con John? Sus pies se apresuraron por el agua más y más a medida que lograba distinguir la descuidad casa. Podía sentir como el fantasma de sus besos la perseguía entre la oscuridad. 

Sabía que no podía realmente estar con el. Que no podía estar con nadie. No alguien como ella. ¿Quién podría estar con un monstruo así? ¿Quién podría estar con alguien tan impredecible, tan salvaje?

Sacudiendo su cabeza con furia se intentó deshacer de la lluvia que la empapaba tanto como de sus pensamientos traicioneros. 

La vieja casa le dio la bienvenida. Vacía... como ella lo había estado. Todo pensamiento anterior fue olvidado tras el cierre de la puerta a su espalda. Un escalofrío recorriendo como una brisa conocida... demasiado conocida como para sentirse a gusto con ella. Demasiado, todo era demasiado. Ella estaba sintiendo demasiado... y aquello no era realmente bueno. No para ella. 

Las escaleras rechinaron paso a paso, recordando que malditamente tenía que invertir en aquel lugar si se quedaba más tiempo del necesario.

Los cuadros llenos de caras pobres... pero felices la saludaban. Reconoció la sonrisa cansada de su padre en ellos. Sus dedos congelados se detuvieron a mitad de camino en una caricia congelada. Tantos malditos recuerdos. Rápidamente obligó a sus pies a seguir su camino, empujándola paso a paso a través de la escalera. Su vestido empapando allá donde se arrastrara. 

Con otro quejido, empujó la puerta de su habitación. El tibio calor de su chimenea prendida la recibió.  Prendió la luz junto a su cama, deseosa de deshacerse de toda aquella ropa húmeda. Un borrón blanco la saludó entre los pliegues de aquella espantosa cama.  Sus pies se detuvieron camino al baño. Estáticos en su lugar. 

En su cama, descansando y flotando en el edredón demasiado rosa para ella, una carta. ¿Quién podría saber que vivía ahí? Blanca, un poco húmeda y con una caligrafía que podía reconocer a metros y metros de distancia. Entre libros y libros, palabras y palabras. Sólo había uno entre miles que escribiera de esa forma.

Era una carta de Sam. No tuvo que ver la remitente para saberlo. La elegante S de su nombre lo delataba como a ningún otro.

Su corazón volvió a palpitar, descontrolado. Cada cabello de su cuerpo se erizó levemente en respuesta.

¿Su mano realmente estaba temblando? Sus dedos congelados se aferraron a una esquina de la carta.

¿Cómo la había encontrado?

Scarlett se apresuró a tirar la carta al fuego crepitante de la chimenea antes de que sus dedos demasiado curiosos se animaran a desgarrar el papel. Antes de lo que fuera que estuviera ahí escrito marcara un antes y un después en ella. Antes de que fuera demasiado tarde.

Red right hand [ Thomas Sheby- John Shelby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora