Part XV

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El día había llegado. Una mirada casi irreconocible atravesó su reflejo en el espejo maltrecho por los años.

El negro parecía un gran manchón en lo que había sido su colorida habitación.

Los pantalones se le ajustaban como una segunda piel, su cuerpo protegido por una blusa negra suelta, cubierta por su capa raída de tanto uso. Sus manos repasaron los determinados lugares con precisión. Las dos cuchillas en sus botas, el arma tras sus pantalones, y un sinfín de artículos escondidos en la redondez de su cuerpo.

Los ojos dorados le devolvieron la mirada. Ella... no se sentía como ella. No en estas ropas. No cuando estaba apunto de hacer lo que había venido a hacer. Su cometido a minutos de ser logrado. El peso de las muertes de sus padres por fin prontas a abandonar el peso que cargaban sus hombros.

Desde el momento en que sus pies bajaran los peldaños y cruzaran la puerta principal dejaría de ser Scarlett... y volvería a ser Scar, la chica que renació de entre las sombras de una tierra lejana y demasiado hostil como para ser  la persona que alguna vez fue... la persona que podría haber sido.

No cuando sabía que no habría vuelta atrás para la guerra que se declararía por sus actos.

Era mejor así... no quería ser ella cuando se convirtiera en el monstruo que es. No quería ni recordar su propio nombre, no cuando los pensamientos calculadores en su mente la hacían ser alguien distinta. Alguien letal. Alguien que había nacido años atrás, en Nueva York.

Scarlett echó el último vistazo en el espejo antes de darse media vuelta. En cuanto sus pies dejaron la antigua casa y su cuerpo se sumergió en las últimas pinceladas de la tarde. Se transformó en una silueta negra, mimetizándose lentamente en las sombras de la noche, como si esta la acogiera como una antigua amiga. Dentro de los brazos de un limbo de oscuridad y las últimas luces del atardecer, Scarlett dejó de ser ella misma.

Una mujer sin nombre y solo con un objetivo en mente se aventuró entre las primeras sombras de la noche.

Thomas Shelby se tragó el gruñido de rabia que atravesaba su garganta. Una bala rozó su brazo mientras otra silbó cerca de sus oídos. A la mierda la delicadeza. Él podía exigir favores de vuelta, no habría problema con ello.

Ella les había malditamente mentido. A Él, a sus hermanos, a su propio hermano, Will. Rápidamente pudo observar por el rabillo del ojo como Will limpiaba el hilo de sangre deslizándose por su sien. Su puño un tanto inexperto aterrizando torpemente en su enemigo. La cara roja del esfuerzo.

Mentalmente, agradeció que fuera de noche. La gente en la calle corría despavorida ante el jaleo. Las balas surcando maderas por doquier, hombres y extremidades tejidas en una maraña violenta.

Ella les había malditamente mentido, se repitió. El plan que estúpidamente había dejado que forjara. Nunca había esperado que los apuñalaría por la espalda, no cuando él la había salvado... no cuando había visto aquellas miradas furtivas hacia John.

Sus labios mentirosos y esa mente demasiado inteligente para mi gusto había trazado un plan en el cual no había detectado fallas. Claramente habría sido así si hubiera seguido la maldita cosa al pie de la letra.

No habían logrado dar más de diez pasos en la oscuridad de la noche cuando fueron emboscados. Los habían traicionado y había sido ella. La única que no había llegado.

Para cuando pudieron ingresar a la casa, era demasiado tarde. Aquella estupidez le había costado 5 de sus mejores hombres. A su lado John cojeaba, sus manos tiritando levemente sobre un arma a la que seguramente no le quedaban balas. Arthur se mantuvo a la siga, su cara ensangrentada al igual que sus manos. Su hermano disfrutaba matando con ellas más de lo que sería capaz de admitir. Will se abrió camino entre ellos, su sien brillante de sudor, barro y sangre seca. Sus manos ahuecando su cuello y despeinando su cabello, incrédulo ante lo que sus ojos verdes veían ante él.

Un rastro de sangre y algunos cuerpos marcaron su camino. Como si fuera un camino retorcido por el cual los guiaba. A su lado John maldijo y casi estuvo seguro de que su hermano retrocedió unos cuantos centímetros. En cambio, los pies de Thomas, demasiado curiosos para su propio bien, lo adentraron por el pasillo, seguido por una habitación, hacia ella. 

Red right hand [ Thomas Sheby- John Shelby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora