La tenue luz de la habitación se sintió como una ráfaga soleada ante sus ojos cansados. La helada habitación se tiño de los colores del amanecer. En medio de parpadeos y una lucha inquieta por despertar totalmente, pudo encontrar los ojos acechadores de Thomas cerca de aquella burla de ventana. Las ojeras debajo de sus ojos espectaculares le hicieron preguntarse -sin creerlo realmente- si Thomas Shelby había pasado en vela toda la noche como un maldito perro guardián.
Scarlett se debatió entre parecer agradecida o obedecer a la furia ciega y burbujeante bajo su piel, ardiendo en su herida. Al menos estaba viva, se recordó. Contra todo jodido pronóstico, pero lo estaba. Por sobre todo estaba segura como el diablo que el ardor y el dolor punzante a su costado se iba a asegurar de que lo recordara un buen y largo tiempo.
Thomas, desde su lugar cerca de las maderas conectadas que fingían pobremente ser una especie de ventana, se estiró en toda su altura. A pesar de todo el lucia guapo, apreció. Si te gustaba el tipo de belleza extraña, fría y siniestra. Sus ojos grises, duros, implacables, demasiado inteligentes como para hacer que un escalofrío la recorriera, la observaron desde la altura. Su rostro pintado de café y rojo. Sangre seca. Su sangre. Scarlett reconoció el cansancio y la molestia en ellos. Su cuerpo vagó en dirección a ella, paseando su cigarrillo por sus labios antes de prenderlo de forma definitiva. Aspiró, tomándose cada segundo de ello. En su mirada una expresión que, pese a sus esfuerzos, no fue capaz de descifrar.
-Te irás hoy conmigo – anunció, el cigarro aún bailando en sus labios – a mi casa o a tu casa, me importa una mierda, pero hoy te vas de acá – demandó, sus manos abarcando de una manera obvia el lugar nefasto en el que había estado refugiándose.
Ante sus demandas, Scarlett oprimió las ganas de burlarse en su cara, obedeciendo a la voz de la razón de su cabeza. Enarcó una ceja en su dirección y cayó su boca. Ella estaba en una maldita desventaja, se recordó. Y cualquiera que haya ido a por sus lamentables culos aquella noche podía haberlos rastreado rápidamente donde ella se encontraba. Aquel pensamiento le martilló la cabeza tanto como el cansancio que la invadía. No tenía ni las ganas de las condiciones aptas para pelear, ni con él ni con cualquiera que estuviera a punto de cavar una tumba con sus nombres ayer por la noche. No al menos por unos cuantos días. Sabía que, si le daba la bienvenida a aquella ira bajo como su piel, esperando, aguardando como un volcán a punto de explotar, no sería un movimiento inteligente. Y definitivamente era salirse del plan. Ella les daría caza... vaya que lo haría, peor lo haría inteligentemente, con el amparo del hombre a su lado como fachada.
-La casa de Will – enfatizó con un suspiro. Rendida, totalmente rendida, alejando la promesa de sangre de su mente, de su corazón ardiente y sediento.
Thomas Shelby, sin haberse esperado en absoluto un consenso tan rápido como ese, pareció relajarse en su lugar, aspirando con lentitud, observándola aún. Escrutándola.
En medio de un gruñido, intentó incorporarse, sintiendo su cuerpo tejido por hilos que la tironeaban en una tortura sin fin a su costado. Cada movimiento un tironeo punzante.
-Quieta, te abrirás los malditos puntos - le reprochó, aproximándose a ella – y créeme cuando te digo que no los quieres más feos de lo que están.
Ella lo sabía, sabía que el dolor tirante a su costado costaría una cicatriz horrible, pero... ¿era una cicatriz lo suficiente por el costo de estar respirando? se preguntó.
Sí, sí lo era.
Scarlett reprimió el impulso de vagar con sus ojos, de espiar en dirección a su herida. Lo haría después – se prometió – cuando estuviera sola, ajena a las miradas de cualquier otra persona. Sólo ella, su dolor y aquella marca que parecía ser prometedora como la cicatriz más fea que se había hecho en toda su jodida vida. Algo privado y solo de ella. Y vaya que ella no solía tener muchas cosas para sí misma.
ESTÁS LEYENDO
Red right hand [ Thomas Sheby- John Shelby]
Fanfiction¿Ese era el precio de la venganza? Se cuestionó. ¿Perderse a si misma lo valía?