Part VI

1K 76 1
                                    



Le tomó tres días encontrarla.

Thomas sabía perfectamente que el tiempo era oro, pero vaya que había disfrutado aquellos tres días. Hacía tiempo no lo sentía, esa excitación al cazar, el estar tan cerca, pero a la vez tan lejos de tu presa y principalmente el tener su mente moviéndose, ocupada. Ella había sido definitivamente una contrincante formidable. Cubría sus pasos donde quiera que fuera, había aprendido a vivir entre las sombras, supo Thomas. O a convertirse en una de ellas.

Thomas Shelby nunca se consideró como un hombre pretencioso, sin embargo, no pudo evitar vestir sus mejores prendas y utilizar su mejor perfume antes de realizar su movimiento. No estaba seguro de por qué, y consideró que era mejor ocupar la mente en otros pensamientos que en aquellos. Unos por qué valían más que otros, se aseguró a sí mismo. Así como vistió sus mejores prendas, se armó de sus más preciadas armas. La pistola colgada a su costado presionaba ligeramente sus costillas, recordándole de su presencia, dándole un poco de paz. Ajustó su boina, en la cual habían añadido cuchillas nuevas antes de partir.

Recordando que era viernes gracias a las calles concurridas de risas femeninas y de caballeros detrás de ellas, era imposible para él pasar desapercibido. Envidiaba realmente a Scarlett, ella tenía eso, algo que el nunca más podría tener. No con su historia, no con sus planes. Aún así continuó su camino, esperando que aquella chica se encontrara aún en aquel bar de mala muerte.

The Irish se establecía en el limite de su territorio y el de los Oliver, por lo cual decidió no mantener a su gente alerta. Aquello solo provocaría problemas y sinceramente no quería más de ellos. Al menos, no esa noche. El dueño del bar era un conocido, Thomas se había ofrecido a pagar algunas de sus deudas hace algún tiempo, como lo había hecho con más bares, más negocios, más gente. Era un gesto desinteresado, pero por sobre todo astuto. Así era como mantenía a su gente fiel y a su alrededor. Recordándoles inconscientemente que el habría sido su salvación cuando nadie más miraba más allá de sus zapatos. La gente lo adoraba o lo odiaba y él prefería la adoración, no porque fuera algo del ego, sino porque la adoración era ciega, era tonta, estaba llena de fe y promesas. Él era un padre para esta gente, es por eso por lo que le hacían favores desinteresados, solo con el fin de mantener la gracia de él. Charlie, el dueño lo había llamado, advirtiéndole de una joven que jamás había visto en su local, y tras una breve descripción Thomas supo que era ella. Aquello había sido suerte. Pero también había algo de mérito en ello. Si bien no había logrado averiguar dónde ella se estaba quedando, había ordenado e informado a toda la gente posible dentro de su territorio que el estaba buscando a la chica. Y aquello había dado malditamente buenos frutos.

Con el corazón extrañamente acelerado entró al bar y con tan solo un asentimiento de parte del dueño Thomas supo dónde se encontraba ella.

Scarlett se encontraba en un rincón, dándole convenientemente la espalda.

Thomas ralentizó -sin darse cuenta- su acelerado paso. Obligándose a analizar la situación y su entorno. No era momento para ser un estúpido descuidado. Observó primeramente la estancia. Hombres y unas pocas prostitutas ocupaban los asientos, vitoreaban y gritaban. Nadie parecía estar tramando algo, todos parecían metidos en sus propios asuntos. Borrachos y con los ojos metidos en escotes, demasiados distraídos como para darse cuenta de su presencia en aquel lugar. La presencia de Scarlett, por otro lado, parecía no lograr pasar inadvertida. Si bien ella se hallaba sola en una mesa, Thomas no podía contar con los dedos de sus manos los buitres que la asechaban con la mirada, curiosos, deseosos y por sobre todo borrachos. Tras el rápido análisis, se detuvo para observarla.

Su cabello caoba se encontraba suelto a diferencia de la última vez que la había visto. Brillaba y caía en ondas largas, reposando en la silla. Su postura relajada, tal vez ella no sabía de su presencia aún, aunque lo dudó, y apostaba a que tenía en su cara una mirada sombría, tan sombría que mantenía a aquellos hombres a una distancia casi respetuosa. Su espalda recta, siempre atenta.

Red right hand [ Thomas Sheby- John Shelby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora