Comprometido.

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Nadie te está mirando, me aseguré a mí mismo. Nadie está mirando. Nadie está mirando.
Mientras esperaba que uno de los tres semáforos de la ciudad se pusiera en verde, miré hacia la izquierda y allí estaba el padre que nos casaría a Samuel y a mí, quién había girado completamente el torso hacia mí. Sus ojos me perforaban, así que me encogí, preguntándome porque no bajaba la vista o al menos se cohibía un poco. Hasta donde yo sabía, todavía se consideraba grosero que alguien te clavara la mirada, ¿no? ¿Acaso eso no se me aplicaba a mí también?
Entonces recordé que estos cristales son polarizados y de un color tan oscuro que probablemente no tenía idea de la identidad del conductor, ni de que lo había atrapado fisgoneando. Intenté extraer algo de consuelo del hecho de que no me miraba a mí, si no al coche.
coche. Suspiré.
Dirigí la mirada hacia la izquierda y gemí. Dos peatones se habían quedado pasmados en la acera, perdiendo la oportunidad de cruzar por quedarse a mirar. Detrás de ellos, el padre se quedó embobado, mirando a través de los vidrios del escaparate de su pequeña tienda de regalos. Aunque no había presionado la nariz contra los cristales. Por lo menos no todavía.
Pisé a fondo el acelerador en cuanto la luz se puso en verde, pero lo hice sin pensar con la fuerza habitual para poner en marcha mi viejo Chevy.
Realmente aún no me acostumbraba al Mercedes que Samuel me regaló. Esto le debió costar una fortuna.
Finalmente, llegué hasta la casa de mis padres. Mi madre había salido de viaje con Carol y, pues, hoy sólo seriamos mi papá, Samuel y yo.
Los nervios se me pusieron al máximo cuando pensé que hoy sería el día de pedir mi mano.
Mi pobre padre tenía mucho con qué lidiar en estos momentos. Frank "el fugitivo" no era más que una de las gotas que casi colmaban su vaso. Estaba casi tan preocupado por mí, su hijo apenas mayor de edad y que en unos cuantos días más se iba a convertir en un hombre casado.
Cuando el motor de la patrulla de mi padre anunció su regreso, repentinamente el anillo empezó a pesar unos cincuenta kilos en mi dedo. Habría deseado ocultar la mano izquierda en un bolsillo, o quizá sentarme encima de ella, pero la mano de Samuel mantenía firmemente sujeta la mía justo frente a nosotros.
-Deja de retorcer los dedos, Guille. Por favor, intenta recordar que no vas a confesar un asesinato.
-Qué fácil es para ti decirlo.
Me cocentré en el sonido ominoso de las botas de mi padre pisando con firmeza en el pasillo de la entrada de la casa.
-Tranquilízate, Guille -susurró Samuel, escuchando como se me aceleraba el corazón.
La puerta se cerró y yo me encogí como si me hubieran dado una descarga eléctrica.
-Hola, Matt -saludó Samuel, completamente relajado.
-¡No! -protesté para mis adentros.
-¿Qué? -replicó Samuel con un hilo de voz.
-¡Espera hasta que cuelgue la pistola!
Samuel se echó a reír y pasó la mano libre entre sus alborotados cabellos color castaño.
Mi padre entró en la habitación, todavía con el uniforme puesto y aún armado, e intentó no poner mala cara cuando nos vio sentados juntos en el sofá. Últimamente estaba haciendo grandes esfuerzos para que Samuel le gustara más. Claro, seguramente lo que estaba a punto de saber acabaría de inmediato con esos esfuerzos.
-Hola, chicos. ¿Qué hay de nuevo?
-Queríamos hablar contigo -comenzó Samuel, muy sereno-. Tenemos algunas noticias.
La expresión de mi padre cambió en un segundo, pasando de la amabilidad forzada a la negra sospecha.
-¿Buebas noticias? -gruñó Matt, mirándome a mí directamente.
-Más vale que te sientes, papá.
Él alzó una ceja, me miró fijamente durante cinco segundos y, después se sentó ruidosamente en el borde del asiento abatible, con la espalda tieza como una escoba.
-No te agobies, papá -le dije después de un momento de silencio tenso-. Todo está bien.
Samuel hizo una mueca y supe que tenía algunas objeciones con la palabra "bien". Probablemente él habría usado algo más parecido a "maravilloso", "perfecto" o "glorioso".
-Seguro, Guille, seguro. Si todo está tan bien, entonces, ¿por qué estás sudando la gota gorda?
-No estoy sudando -le mentí.
Al ver aquel fiero ceño frucido me eché hacia atrás, pegándome a Samuel, e instintivamente me pasé el dorso de la mano derecha por la frente para eliminar la evidencia.
-¡Estás embarazado! -explotó Matt-. Estás embarazado, ¿verdad?
Aunque era totalmente imposible eso, se había dirigido hacia mí, ahora miraba con verdadera hostilidad a Samuel, y habría jurado que vi su mano deslizarse hacia la pistola.
-¡No! ¡Claro que no!
Sentí ganas de darle un codazo a Samuel en las costillas, pero sabía que únicamente serviría para dejarme el codo morado. ¿Qué otra razón podrían tener las personas cuerdas para casarse a los 21? Su respuesta me había hecho poner los ojos en blanco: "Amor". Qué bien.
La cara de pocos amigos de Matt se relajó un poco. Siempre había quedado bien claro en mi rostro cuando decía la verdad y cuando no, así que en esta ocasión me creyó.
-Ah, bueno.
-Acepto tus disculpas.
Se hizo una pausa larga. Después de un momento, nos dimos cuenta de que ellos esperaban que yo dijera algo. Alcé la mirada hacia Samuel, paralizado por el pánico, pero no había forma de que yo hiciera salir las palabras.
Él me sonrió, después cuadró los hombros y se volvió hacia mi padre.
-Matt, me doy cuenta de que no he hecho esto de la manera apropiada. Si se hubiera realizado de forma tradicional, tendría que haber hablado antes contigo. No significa que sea una falta de respeto, pero cuando Guille me dijo que sí, no quise restarle valor a su decisión, así que en vez de pedirte su mano, te pido tu bendición. Nos vamos a casar, Matt. Lo amo más que a nada en el mundo, más que mi propia vida y, por algún extraño milagro, él me ama a mí del mismo modo. ¿Nos darás tu bendición?
Sonaba tan seguro, tan tranquilo. Durante sólo un hilo instante, al escuchar la absoluta confianza que destilaba su voz, experimenté una extraña intuición. Pude ver, aunque fuera de forma muy fugaz, el modo en que él comprendía el mundo.
Durante un instante que dura un latido, todo encajó y adquirió sentido.
Y entonces capté la expresión del rostro de Matt, cuyos ojos estaban clavados en el anillo.
-Diría que no me sorprende en lo absoluto -gruñó Matt-. Sabía que tendría que vérmelas con algo como esto antes de lo que pensaba.
Exhalé el aire que había contenido.
-Y tú, ¿estás seguro? -me preguntó de forma exigente, mirándome con cara de pocos amigos.
-Estoy cien por ciento seguro de Samuel -le contesté sin dejar pasar ni un segundo.
Nos miramos los tres muy sentrados.
-Está bien, estupendo -replicó mi padre casi ahogado-, sí sí, pero...
-¿Pero qué?
-Pues tendrás que contárselo a tu madre, ¡y yo no pienso decirle ni una palabra a Renée! ¡Es toda tuya!
Seguro que en aquel momento las palabras de Matt me hicieron poner los pies en el suelo. La última maldición: contárselo a Renée. El matrimonio en la juventud ocupaba una de las primeras posiciones de la lista negra de mi madre; figuraba antes hervir cachorros vivos.
¿Quién podría haber previsto antes su respuesta? Yo no, desde luego, Matt tampoco.
- Bueno, Guille... -había dicho Renée después de que logré escupir y tartamudear las palabras imposibles: "Mamá, me caso con Samuel"-. Estoy un poco molesta por lo que te tardaste en contármelo. Los voletos del avión van a salirme mucho más caros. Ohhh -comenzó a preocuparse-, ¿crees que para entonces ya le habrán quitado el yeso a Carol? Se verá fatal en las fotos si no lleva vestido...
-Espera un segundo, mamá -repuse jadeando-. ¿Qué quieres decir con "haberme tardado tanto"? Si nos com... -era incapaz de pronunciar la palabra compromiso-, tú sabes, lo acordamos apenas hoy mismo.
-¿Hoy? ¿De verdad? Qué sorpresa. Yo pensaba...
-¿Qué habías pensado? ¿Cuándo lo pensaste?
- Bueno, es que parecía que estaba todo muy claro y asentado cuando los veía por ahí, no sé si me entiendes. No eres especialmente difícil de leer, corazón. Eres igualito que Matt -ella suspiró, resignada-: una vez que has tomado la decisión, no hay manera de razonar contigo. Y claro, igual que Matt, te apegas a lo que dices.
Y entonces dijo algo que jamás hubiera esperado escuchar de mi madre.
-No estás cometiendo un error, Guille. Da la impresión de que estás asustado, y me parece una tontería; adivino que es porque me tienes miedo -soltó unas risitas-. O te asusta lo que yo pueda pensar. Y ya sé que te he dicho un montón de cosas sobre el matrimonio y la estupidez, y no me voy a retractar, pero tienes que entender que esas cosas se aplican específicamente a mí. Tú eres una persona muy diferente. Tú cometes tus propios errores y estoy segura de que tendrás tu propia ración de cosas que lamentar en la vida, pero la irresponsabilidad nunca ha sido tu problema, corazón. Tienes una gran oportunidad para hacer este trabajo mejor que la de la mayoría de las cuarentonas que conozco -René se echó a reír de nuevo-. Mi niñito de mentalidad tan madura. Afortunadamente pareces haber encontrado un alma madura como la tuya.
-¿Te has vuelto... loca? ¿No piensas que cometo una equivocación monumental?
-Bueno, de acuerdo, hubiera preferido que esperaras unos años más. Quiero decir, ¿acaso te parezco suficientemente mayor como para ser una suegra? No contestes. Todo este asunto no tiene que ver conmigo, sino contigo. ¿Eres feliz?
-No sé. En este momento me siento como si esto fuera una especie de experiencia extracorporal.
-¿Él te hace feliz, Guille?
-Sí, pero...
-¿Acaso piensas que podría querer a otro?
-No, pero...
-¿Pero qué?
-¿No me vas a decir que sueno exactamente como cualquier adolescente caprichoso, tal como sucede desde el comienzo de los tiempos?
-Tú nunca has sido un adolescente, cielo. Sabes lo que te conviene.
En las últimas semanas Renée se había sumergido de forma totalmente inesperada en los planes de la boda. Todos los días se la pasaba unas cuantas horas al teléfono con la madre de Samuel, así que no hubo preocupación alguna acerca de cómo se llevarían las consuegras. Renée adoraba a la mamá de Samuel, pero claro yo dudaba que alguien pudiera comportarse de otro modo con mi encantadora suegra.
Eso me libró del asunto. La familia de Samuel y la mía se habían hecho cargo de los preparativos nupciales si que yo tuviera que hacer, saber o pensar en nada.
Matt, claro, se había enojado, pero lo mejor del caso era que no estaba furioso conmigo. La traidora había sido Renée, pues había contado con ella como el peor oponente a mis planes. ¿Qué iba a hacer ahora, cuando la última amenaza, contárselo a mi madre, se había vuelto totalmente en su contra?
No tenía nada a qué agarrarse, y lo sabía. Así que se pasaba todo el día de un lado a otro por la casa, mascullando cosas como que no se podía confiar en nadie en este mundo...

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Primer cap. Sé que es muuuy largo, me inspiré xd espero lo hayan disfrutado porque se ha cerca el día (͡° ͜ʖ ͡°)

Un Amor de Medianoche  «Wigetta» (Saga Wigetta a Medianoche 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora