Capítulo once

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Mi alma se fue de mi cuerpo y regresó en cuestión de segundos

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Mi alma se fue de mi cuerpo y regresó en cuestión de segundos. Estaba conmocionada mirando la mano el joven que tenía frente a mí.

—Creo que tienes que estrecharla —dijo él entre risas.

Sacudí mi cabeza y la estreché

—Lo siento. Pero es que...

—Lo sé. Como te dije en el local, Madrid es muy pequeño.

Tenía frente a mí al hermano del imbécil.

—Cuando llegaste ahí, sabías quien era, ¿por qué no me dijiste?

—Pensaba hacerlo, pero no pude. No supe cómo.

Vi a Francia salir del pasillo, con su vestido entallado y zapatillas color negro. Su cabello perfectamente arreglado, al igual que su maquillaje.

—Veo que ya os conocisteis—sonrió

—Sí, desde tiempo atrás.

Ella rió

Supe por su risa, que ella lo sabía desde hacía tiempo, pero nunca me dijo algo sobre ello.

No iba a cuestionarla en esos momentos, no delante de él.

—Es una historia que te contaré cuando regrese—me besó la mejilla—No me esperes despierta—me guiñó un ojo.

—Que se diviertan—sonreí.

Gabriel hizo un saludo con la mano y los vi desaparecer por la puerta principal.

Desperté a la mañana siguiente muy temprano, tomaba un poco de café aún con el pijama puesto, cuando vi por el pasillo a Francia, quien vestía pantalón de vestir gris, con una blusa de seda color blanco. Escuché el sonar de sus tacones acercándose hacia mí.

—Sé qué tenemos que hablar. No se me olvida—me miró. Me limité a beber de mi taza—Lo supe desde el primer día. Recuerda que ese día yo tuve mi primera cita con Gabriel, ahí él me contó algo que les había pasado en Plaza Mayor, no tardé en atar cabos y supe que eras tú. Le dije que eras mi hermana—no dije nada. La miré fijamente—Le caíste bien, desde ese momento. Dijo que alguien tenía que poner en su lugar a su hermano y le agradó que fuera alguien ajeno a ellos, para que le cayera un golpe de realidad.

— ¿Lo conoces?

— ¿A Martín? — ella se acercó a la cafetera y se sirvió en su termo que sacó del gabinete que estaba frente a ella.

Asentí. Recordé que ese era su nombre.

—Sí y no se ha portado como un imbécil—le puso la tapa a su termo y lo acercó al desayunador—Según Gabo, a partir de ese día, él ya no se portó más de ese modo.

— ¿Te dijo por qué reaccionó ese día así?

Asintió tomando su bolsa, la cual estaba en el sofá de la sala de estar.

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