Capítulo 19

1.3K 143 86
                                    



Enjoy...


La confesión es enumerar verbalmente, en privado, todos los pecados que cometemos, a un sacerdote facultado para dar la absolución. 

Muchas veces una persona siente la necesidad de confesarse, debido a que desea ser escuchada por quién está obligado a guardar silencio absoluto. También porque así se experimenta la paz después de recibir una penitencia, ya que tendrá la certeza que fue perdonada por la gracia de Dios.

La purificación que se vive después de una confesión, es señal de que se desea no volver a pecar. Sin embargo, hay quienes, a pesar de confesarse, lo hacen por tener el alma inquieta, no por querer la salvación.


En un pequeño habitáculo, conocido como confesionario, se encontraba aquel hombre en el cual muchas novicias que alguna vez confesó, confiaron ciegamente en él. Arrodillado y, para ese punto, desde el otro lado de la vereda, ya que era él quien estaba separado por una rejilla a la espera del sacerdote que escucharía cada uno de sus pecados. Pecados que no eran una insignificancia, ni para él, ni para nadie que lo rodeaba.

No podía negarlo, antes de tomar la decisión, lo pensó bastante debido a que sabía muy bien cuál sería su sermón, o quizás el consejo que el sacerdote le dejaría. En varias ocasiones se pasó las palmas por aquel negro pantalón. Su postura estaba completamente rígida, pero por muy contradictorio que pudiese ser, estaba medianamente tranquilo, ya que estaba enteramente seguro que sus palabras quedarían encerradas para siempre en ese pequeño lugar.

Había hecho una larga introspección al respecto, y cuando se determinó en ir, llegó a la iglesia. Su preparación había sido tomar asiento en una de las bancas, para después darse un tiempo de replanteamiento. Podía palpar con una intensidad apabullante, el llamado a través de esa inmensa energía que le golpeaba el cuerpo, entrando de lleno en él para recorrerlo por completo. La majestuosidad que experimentaba, mientras se arrodillaba y rezaba con las manos juntas, era increíble.

Independiente de lo vertiginosa que solía ser su vida, él siempre había sido un hombre de fe. Siempre se entregó sin restricciones, sin siquiera pensarlo. No temía, sabía que Dios lo perdonaría, pero la cosa era que él no estaba seguro de perdonarse algún día. Era ahí su intranquilidad y su angustia por ir a confesarse. Se tomó su tiempo antes de entrar al confesionario, pero cuando lo hizo, se dio cuenta que el sacerdote esperaba por él con una honesta y cordial sonrisa.

Conocía a ese cura desde que era un niño, ese hombre sabía su identidad, quien era su familia y su misión en aquel convento. Básicamente era la única persona que sabía realmente lo que habitaba en su alma. Aun así, no podría revelar nada de lo que le dijese, a menos que él decidiese contarlo primero. Por supuesto que eso no pasaría. Su secreto, su pecado, su confesión, estaban absolutamente asegurados.

No obstante, estaba muy consciente que, al conocer su vida entera, el sacerdote aprovecharía la oportunidad de que hiciera frente, por medio de un consejo, a todo lo que estaba haciendo. Le haría comprender el mal que estaba cometiendo hacia una inocente, mientras seguía arrastrándola en todo ello. Pero, una vez más, estando ahí a la espera, su mente se estaba revelando contra todo.

Recordó los momentos vividos con ella después de haberse entregado. Se habían quedado hasta altas horas de la madrugada, con el temor latente de ser descubiertos. Aun así, eso no les impidió volver a hacer el amor, se habían sacado las ansias y nuevamente conocieron sus cuerpos por medio de caricias, besos y leves roces. Durmieron en los brazos del otro, y eso le llenó el alma. Sin embargo, también experimentó esa exigencia de ir a hablar con alguien.

El sabor del pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora