𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐂𝐢𝐧𝐜𝐨

81 13 1
                                    



Scutari, Crimea.



—Se me ocurre— dijo Adrien al levantar una taza de caldo, a los labios de un hombre herido —Que un hospital puede ser el peor lugar posible para un hombre que trata de mejorar.

El joven soldado al que estaba dando de comer, quien tenía no más de diecinueve o veinte años de edad, hizo un leve sonido de diversión mientras bebía.

Adrien había sido llevado a los cuarteles del hospital de Scutari tres días antes. Había sido herido durante un asalto a la Redan durante un ataque sin fin, en Sebastopol. Ocurrió en el momento que había estado acompañando a un grupo de soldados excavadores mientras llevaban una escalera hacia un bunker Ruso, y entonces se produjo una explosión y tuvo la sensación de ser golpeado de forma simultánea en el costado y la pierna derecha.

Los cuarteles estaban llenos de víctimas, ratas y alimañas. La única fuente de agua provenía de un caño del cual los asistentes hacían fila para obtener un chorrito apestoso en sus baldes. El agua no era apta para beber, y fue utilizada para el lavado y remojo de vendas.

Adrien había sobornado a los conserjes para que le trajeran una taza de licor fuerte. Derramaba alcohol sobre las heridas con la esperanza de impedir que se infectaran. La primera vez que lo había hecho, sintió una ráfaga de fuego que le había causado un dolor inmenso y había estado a punto de desmayarse cayendo de la cama al suelo, un espectáculo que había causado la risa de los otros pacientes de la sala. Adrien había soportado de buen grado sus burlas después, sabiendo que una situación de ese tipo, era muy necesaria en ese lugar tan sombrío.

La bala de metralla había sido removida de su costado y su pierna, pero las lesiones no sanaban apropiadamente. Esta mañana había descubierto que la piel alrededor de sus heridas era de color rojo y estaba endurecida. La perspectiva de caer gravemente enfermo en ese lugar, era aterradora.

Ayer, a pesar de las protestas de los indignados soldados en la larga fila de camas, los enfermeros había empezado a coser a un hombre en la manta manchada de su propia sangre, y lo llevaron a la fosa de entierro común antes de que él hubiera terminado de morir. En respuesta, los pacientes enojados pegaban de gritos, los conserjes respondieron que el hombre no sentía nada y que sólo faltaban unos minutos para que muriera, y que la cama se necesitaba desesperadamente. Lo cual, era cierto.

Sin embargo, como uno de los pocos hombres capaces de levantarse de la cama, Adrien había intercedido, diciéndoles que él esperaría con el hombre en el suelo hasta que tuviera su último suspiro. Durante una hora se había sentado sobre la piedra dura, espantando los insectos, dejando descansar la cabeza del hombre en la pierna no lesionada.

—¿Crees que hiciste algo bueno por él?— Uno de los asistentes preguntó irónicamente, cuando el pobre hombre había pasado a mejor vida, y Adrien les había permitido llevárselo.

—No por él...— dijo Adrien en voz baja —Pero quizás por ellos— Señaló con la cabeza en dirección a las filas de catres, donde los pacientes los observaban.

Era importante que ellos creyeran que cuando el tiempo de morir les llegara, serían tratados con al menos un poco de humanidad.


El joven soldado en la cama junto a Adrien no podía hacer nada por sí mismo, había perdido un brazo entero y la mano del otro. Puesto que no había enfermeras de sobra, Adrien se había comprometido a darle de comer. Haciendo una mueca al doblar la pierna herida, se arrodilló junto a la cama, levantó la cabeza del hombre y lo ayudó a tomar de la taza de caldo.

—Capitán Agreste— dijo la voz nítida de una de las Hermanas de la Caridad.

Con su aspecto severo y de expresión dura, la monja era tan intimidante que algunos de los soldados habían sugerido que se mantuviera fuera de su vista, por supuesto que si fuera enviada a luchar contra los rusos, la guerra se ganaría en cuestión de horas.

Sus grises y tiesas cejas, se elevaron cuando vio a Adrien arrodillado al lado del paciente.

—¿Creando problemas otra vez?— preguntó —Volverá a su propia cama, mi capitán. Y no lo haga de nuevo, a menos que su intención sea ponerse tan mal, que nos veremos obligados a mantenerlo aquí indefinidamente.

Obediente, Adrien se subió de nuevo a su cama. Ella se le acercó y le puso una mano fría en la frente.

—Fiebre— la oyó anunciar —No se mueva de esta cama, o me obligará a atarlo a ella, capitán.

Retiró la mano y la llevó hacia el pecho del rubio. Con los ojos muy abiertos, Adrien vio que ella le había dado un paquete de cartas.

»Lila« Pensó. Él las tomó con entusiasmo, buscando en su afán de romper el sello. Había dos cartas en el paquete.

Esperó hasta que la monja se hubiera ido antes de abrir la de Lila.

La vista de su puño y letra lo llenó de emoción. Él la quería, la necesitaba, con una intensidad que no podía contener. De alguna manera, a medio mundo de distancia, se había enamorado de Lila. No importaba que apenas la conociera. Lo poco que sabía de ella, él la amaba.

Adrien, leyó las líneas. Las palabras parecían como si se reorganizan en el juego del abecedario de un niño. Las miró desconcertado y las leyó de nuevo hasta que se volvieron coherentes.

«No soy quién crees que soy. Por favor, ven a casa y encuéntrame...»


Sus labios formaron su nombre en silencio. Puso la mano sobre el pecho, poniendo la carta contra su ritmo cardíaco. ¿Qué le había ocurrido a Lila? La extraña e impulsiva nota, despertó una confusión en él.

—No soy quién crees que soy— se encontró repitiendo en voz baja.

No, por supuesto, ella no lo era. Ni él tampoco. No era éste individuo roto con fiebre en un catre de hospital, y ella no era la chica desabrida que coqueteaba con todos. A través de sus cartas, habían encontrado la promesa de más, de uno al otro.

«Por favor, ven a casa y encuéntrame...»

Sus manos se sentían hinchadas y más duras ya que había perdido la fuerza con la otra carta, de Alya. La fiebre lo hacía torpe. Su cabeza había empezado a doler... tenía que leer las palabras en medio de los impulsos del dolor.

Estimado Adrien,

No hay manera para mí de expresar esto con cuidado. La condición de Kim ha empeorado. Él se enfrenta a la perspectiva de la muerte con la misma paciencia y la gracia que ha hecho gala durante su vida. En el momento en que esta carta te llegue, no hay duda de que él ya se habrá ido...


La mente de Adrien se cerró contra el resto de la carta. Más tarde habría tiempo para leer. Tiempo para llorar.

Kim no debería haber enfermado. Se suponía que debía estar a salvo en Stony Cross y engendrar hijos con Alya. Se suponía que debía estar allí cuando Adrien volviera a casa.

Adrien logró acomodarse de lado. Tiró de la manta lo suficientemente alto, como para crear un refugio para sí mismo. A su alrededor, los demás soldados siguieron pasando el tiempo... hablando o jugando a las cartas cuando era posible.

Gracias a Dios, deliberadamente, los chicos no le hacían caso, lo que le permitió la intimidad que necesitaba.



E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora