𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐒𝐢𝐞𝐭𝐞

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Parecía que el mundo entero se detuvo.

Marinette intentó comparar el hombre de pie delante de ella con el encantador y sociable caballero, que había sido una vez. Pero parecía imposible que pudiera ser la misma persona. Ya no era un dios descendente del Olimpo. Ahora era un guerrero endurecido por una amarga experiencia.

Su piel era una mezcla profunda de oro y cobre, como si hubiera sido poco a poco empapado por el sol. Las hebras de trigo oscuro de su cabello habían sido cortadas en capas cortas. Su rostro era impasible, pero volátil, algo estaba contenido en el silencio.

¡Se veía sombrío y tan sólo! Quería correr hacia él, quería tocarlo. El esfuerzo al estar de pie e inmóvil, causó que sus músculos temblaran en señal de protesta.

Se oyó hablar en una voz que no era muy estable.

—Bienvenido a casa, capitán Agreste.

El permaneció en silencio, mirándola aparentemente sin reconocerla. Querido Dios, esos ojos... fríos y ardientes, su mirada quemaba a través de su conciencia.

—Soy Marinette Dupain-Cheng— acertó a decir —Mi familia...

—Me acuerdo de ti.

El terciopelo áspero de su voz era un placer para sus oídos. Fascinada y desconcertada, la peliazul miró su rostro vigilante. Para Adrien Agreste, ella era una extraña. Pero los recuerdos de las cartas que se habían escrito entre ellos perduraban en Mari, aunque él no fuera consciente de ello.

Su mano se movía suavemente sobre el pelaje de Plagg.

—Usted no se presentó en Londres— dijo —Hubo una gran alboroto en su nombre.

—No estaba preparado para ello.

Tanto se ha expresado en ese puñado de recambio de palabras. Por supuesto que no estaba preparado. El contraste sería demasiado abrumador, la brutalidad sangrienta de la guerra seguida por una fanfarria de trompetas, desfiles y pétalos de flores.

—No puedo imaginar que un hombre sensato lo estuviera— dijo —Es un gran alboroto. Su foto está en todos los escaparates. Además de nombrar las cosas.

—Las cosas— repitió él con cautela.

—Hay un sombrero ''Agreste''.

Adrien bajó las cejas en señal de molestia.

—No, no hay.

—Oh, sí que lo hay. Es uno redondeado en la parte superior. Estrecho y de ala ancha. Se venden en tonos de gris o negro. Se fabrican en el taller de una modista en Stony Cross.

Frunciendo el ceño, el rubio murmuró algo entre dientes. La ojiazul jugo suavemente con los oídos de Plagg.

—Yo... he oído hablar de Plagg, por Lila. ¡Qué adorable que lo haya traído de regreso con usted!

—Fue un error— dijo rotundamente —Él se ha comportado como un loco desde que bajamos del barco, en Dover. Hasta el momento ha tratado de morder a dos personas, incluido uno de mis sirvientes. Él no deja de ladrar. Tuve que encerrarlo en una caseta del jardín anoche, y se escapó.

—Es terrible— dijo Marinette —pero él piensa que si actúa de esa manera, nadie va a hacerle daño.

Ansiosamente el perro se levantó sobre sus patas traseras y poso sus patas delanteras en ella, golpeado la rodilla suavemente contra su pecho.

—Aquí— dijo Adrien, en un tono de amenaza tan tranquila que provocó un escalofrío en la espalda de la peliazul.

El perro se escabulló hacia él con la cola entre las patas. El ojiverde sacó una correa de cuero en espiral del bolsillo de su chaqueta y la colocó alrededor del cuello del perro.

E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora