𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐬𝐞𝐢𝐬

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El primer instinto de Marinette fue interponerse entre su marido y el extranjero, pero Adrien la empujó detrás de él. Respirando con dificultad por temor y de shock, miró por encima del hombro.

El hombre estaba vestido de civil con sus miembros casi esqueléticos. Era alto y de piel morena, mirando como si no hubiera dormido o comido bien en meses. Las capas de su enredado pelo castaño necesitaban un corte. Él los miró con la mirada salvaje e inquietante de un loco. A pesar de todo, no era difícil ver que una vez había sido hermoso. Ahora era casi una ruina. Un hombre joven, con un rostro viejo y los ojos embrujados.

—Regresé de los muertos— dijo Nino con voz ronca —No pensaste que lo haría, ¿verdad?

—Lahiffe... Nino...— Cuando el ojiverde habló, la peliazul sentía temblores casi imperceptibles que atravesaron su cuerpo —Nunca supe lo que te pasó.

—No— negó Lahiffe con el arma —Estabas demasiado ocupado salvando a Fenwick.

—Nino, pon esa maldita cosa abajo... Tranquilo, Plagg— Continuó Adrien —Nino... yo prefería morir a dejarte allí.

—Pero lo hiciste. Y he pasado por un infierno desde entonces. Podrido y muerto de hambre, mientras que te convertías en el gran héroe de Inglaterra. Traidor. Bastardo— apuntó la pistola en el pecho del rubio.

Mari quedó sin aliento y se acurrucó contra su espalda.

—Tuve que rescatar a Fenwick primero— dijo el ojiverde con frialdad, pero con su pulso acelerado —No tenía elección.

—¡Al infierno! Querías la gloria por salvar a un oficial superior.

—Pensé que estabas acabado. Y si Fenwick hubiera sido capturado, habría arrastrado todo tipo de conocimiento perjudicial para todos.

—Entonces debiste haberle disparado, y sacarme de allí.

—Estás fuera de tu juicio— espetó Adrien.

Que probablemente no era lo más inteligente que decir a un hombre en el estado de Lahiffe, pero la ojiazul no podía culparlo.

—¿El asesinato de un soldado indefenso a sangre fría? No lo haría por ninguna razón. Ni siquiera a Fenwick— Continuó Adrien —Si quieres matarme por eso, sigue adelante, y que el diablo te lleve. Pero si dañas un pelo de la cabeza de mi esposa, te arrastraré al infierno conmigo. Y lo mismo pasó con Plagg, fue herido mientras te defendía.

—Plagg no estaba allí.

—Lo dejé contigo. Cuando regresé por ti, estaba sangrando de una herida de bayoneta, y una de sus orejas estaba casi cortada. Y tú te habías ido.

Nino parpadeó y lo miró con un destello de incertidumbre. Su mirada se trasladó a Plagg. Sorprendió a Marinette cuando se arrodilló en el suelo y gesticulando al perro.

—Ven aquí, muchacho.

Plagg no se movió.

—Sabe lo que es un arma de fuego— la peliazul, oyó decir a Adrien secamente —No irá a ti a menos que la sueltes.

Lahiffe vaciló. Poco a poco puso el revólver en el suelo.

—Vamos— le dijo de nuevo al perro, que gemía en la confusión.

—Anda, muchacho— dijo el ojiverde en voz baja.

Plagg se acercó con cautela a Nino, meneando la cola. Lahiffe le frotó la cabeza peluda y le rascó el cuello del perro. Jadeando, Plagg le lamió la mano.

E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora