En las semanas que siguieron, Adrien frecuentemente recordada todo lo que le había dicho Alya acerca de Lila, sobre que no había nada debajo de la superficie. Pero tenía que haber algo, no había imaginado las cartas, alguien las había escrito.
Le había preguntado a Lila desde el principio acerca de la última carta que había escrito... «No soy quién crees que soy» Acerca de lo que había querido decir, y por qué había dejado de escribirle.
Lila se había puesto roja y parecía torpe, tan diferente de su rubor habitual. Fue el primer signo de emoción real que había visto en ella.
—Yo... supongo que debido a lo que escribí... Me daba vergüenza, ya sabes.
—¿Por qué?— Adrien le había preguntado con ternura. La había tomado los brazos con las manos enguantadas, ejerciendo la más débil de las presiones para acercarla —Adoraba las cosas que escribiste— La apretó contra su pecho e hizo su pulso inestable —Cuando te detuviste... Me hubiera vuelto loco, a excepción de... que me pediste que viniera a encontrarte.
—Oh sí, así lo hice... supongo. Yo estaba alarmada por cómo me había comportado, escribiendo cosas tan tontas...
Él la acerco más, cuidadosamente, como si fuera infinitamente frágil. Tenía la boca apretada contra la piel fina y delicada de su sien.
—Lila... Yo soñaba con tenerte así... todas esas noches.
Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello e inclino la cabeza hacia atrás de forma natural. Y él la besó. Ella respondió de inmediato, abrió los labios suavemente.
Fue un beso hermoso. Pero no hizo nada para satisfacerlo, nada para aliviar el dolor de ira y de necesidad. Parecía que su sueño de besar a Lila había eclipsado de algún modo la realidad.
Ella giró el rostro a un lado con una sonrisa desconcertada.
—Eres muy impaciente.
—Perdóname— El rubio la soltó a la vez.
Ella se quedó junto a él, el denso aroma floral de su perfume inundaba el aire. Mantuvo las manos sobre ella, sus palmas alrededor de sus hombros. Siguió esperando sentir algo... pero su corazón estaba rodeado de hielo. De alguna manera había pensado, pero no era razonable, que ninguna mujer en la tierra hubiera podido cumplir esas expectativas.
Durante el período de la temporada social, Adrien buscó a Lila, mirándola en los bailes y cenas, llevándola a ella y a la señora Rossi a paseos en su carruaje y exhibiciones de arte y museo.
No podía culparla. Era hermosa y encantadora, no le hacía preguntas incómodas, de hecho, rara vez le hacía preguntas personales en absoluto. No mostraba ningún interés en la guerra o las batallas en que había luchado, sólo en sus medallas. Adrien se preguntó si pensaba en ellas como algo más que adornos brillantes.
Tenían las mismas conversaciones suaves y agradables, aderezadas con el chisme, que Adrien había tenido miles de veces antes con otras mujeres, durante las otras temporadas en Londres. Y que siempre habían sido suficientes para él.
Deseó que el infierno fuera suficiente ahora. Había pensado y esperado... que Lila se preocupara por él de alguna manera. Pero no había señal ahora, de la ternura de la mujer que había escrito «Llevo recuerdos de usted como mi constelación personal...»
Y él la amaba con tanta desesperación, a la Lila de las cartas. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba escondida de él?
Sus sueños lo llevaban a los bosques oscuros, donde buscó a través de los espinos y los helechos, abriéndose paso entre los estrechos espacios entre los árboles mientras seguía la forma pálida de una mujer. Ella siempre estaba justo delante de él, siempre fuera de su alcance. Se despertaba jadeando y enfurecido, con las manos apretando el vacío.
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E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴ 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫
Romantik-𝐃𝐮𝐞𝐥𝐞 𝐭𝐞𝐧𝐞𝐫 𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨𝐧, 𝐬𝐢𝐧 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫 𝐭𝐞𝐧𝐞𝐫𝐥𝐚 𝐞𝐧 𝐭𝐮𝐬 𝐛𝐫𝐚𝐳𝐨𝐬. Como amante de los animales y la naturaleza, Marinette Dupain-Cheng se ha sentido siempre más cómoda al aire libre q...