𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐞

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Pasaron los minutos en calma saciados. Marinette descansaba tranquilamente en los brazos de Adrien, sin protestar a pesar que él la tenía muy fuertemente abrazada. Poco a poco fue capaz de dividir la sensación en sus partes... el calor y el peso de su cuerpo, el olor de la transpiración, la mancha deliciosa de humedad donde aun estaban unidos. Estaba dolorida, pero al mismo tiempo, era una sensación agradable, esa sensación de plenitud baja, caliente.

Poco a poco el ojiverde empezó a relajar su agarre. Una mano se acercó a jugar con su cabello. Su boca se volvió hacia la delicada piel de su cuello mientras su mano libre atravesó la espalda y el costado. Un temblor pasó por su cuerpo, una onda lenta de alivio. Deslizó un brazo detrás de la espalda, arqueándola, y sus labios se apoderaron de un seno. A la peliazul se le volvió la respiración inestable con el tirón de su boca húmeda.

Se movió para que ella estuviera encima de él. Su invasión se había deslizado libre, y la sentía contra su estómago, una marca íntima. Alzó la cabeza y le la cara, esos ojos esmeralda, ligeramente dilatados. Disfrutaba la sensación de tenerlo, una gran criatura caliente debajo de ella. Tenía la sensación de haberlo domesticado, aunque era una pregunta válida en cuanto a si había sido realmente el revés.

Apretó los labios en su hombro. Su piel era más suave que la de él, tan menguada sobre el músculo. Encontró la cicatriz de la bayoneta, le tocó con la lengua en la piel de forma desigual.

—No perdiste el control— susurró.

—Sí, durante algunas partes— Su voz era la de un hombre que acababa de despertarse después de un largo sueño. Empezó a recoger su cabello en un solo mechón —¿Planificaste esto?

—¿Estás preguntando si yo te seduje a propósito? No, fue totalmente espontáneo— En su silencio, Mari levantó la cabeza y le sonrió —Es probable pensar que soy una sinvergüenza.

Su pulgar se situó en la curva hinchada de su labio inferior.

—En realidad, estaba pensando acerca de cómo conseguiste subir a la habitación. Pero ahora que lo mencionas... eres una sinvergüenza.

Ella le mordió juguetonamente la punta de su dedo pulgar.

—Siento haber salido antes. Claude va a trabajar con el caballo a partir de ahora. Nunca he tenido que responder ante nadie antes, tendré que acostumbrarme.

—Sí— dijo —A partir de ahora.

La ojiazul podría haber protestado por su tono autoritario, excepto por el brillo peligroso en sus ojos, y comprendió que él era así. No se sentía cómodo con cualquier mujer que tenia tal poder sobre él.

Muy bien. Ella sin duda no era sumisa a él todas las cosas, pero podía ceder a él en algunos casos.

—Me comprometo a ser más cuidadosa de ahora en adelante— dijo.

El rubio no dijo nada, pero sus labios se curvaron de manera irónica. Con cuidado, la depositó en el sofá, fue a su ropa tirada, y logró encontrar un pañuelo.

Marinette lo vio dar vueltas. Parecía como si estuviera de nuevo encerrado en sí mismo, todavía había un sentido de distancia entre ellos. Pensamientos que no compartiría con ella, palabras que no diría. Incluso ahora, después de haber participado en el acto más íntimo posible.

La distancia no era nueva, se dio cuenta. Había estado allí desde el principio. Solo que ahora ella era más consciente de ello.

De regreso, Adrien le dio el pañuelo. Aunque la peliazul habría pensado que no debía sonrojarse después de lo que acababa de experimentar, se sintió enrojecer mientras se limpiaba la llaga húmeda entre los muslos. La vista de la sangre no era inesperada, pero le trajo la conciencia de que había cambiado irrevocablemente. Ya no era virgen. Una sensación nueva y vulnerable se apoderó de ella.

E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora