𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬

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Al sentir una reacción explosiva hirviendo en su interior, Adrien se inquietó, Marinette esperó a que terminara su champaña.

—¡Oh, querido!— dijo en voz alta lo suficiente para llamar la atención de la gente alrededor de ellos —Me temo que todas estas emociones están desarrollando un toque de vapores. ¿Capitán Agreste, no le importaría acompañarme a la sala?

La cuestión fue recibida con murmullos simpáticos, como la prueba de la constitución delicada de una mujer que se alentó siempre. Él tenía el rostro tan pálido que la peliazul se aferró al brazo del rubio mientras él la conducía desde la sala.

En vez de ir la sala, se encontraron en un lugar exterior, una mesa de trabajo sobre una pasarela de grava. Se sentaron juntos sin palabras. Adrien deslizó su brazo alrededor de ella, apretando la boca contra su cabello. Ella escuchó los sonidos nocturnos del bosque cercano; píos y susurros, las conversaciones melodiosas de las ranas, el aleteo de aves y murciélagos.

Poco a poco la respiración del ojiverde se fue haciendo normal, para convertirse en un largo suspiró.

—Lo siento tanto...— dijo en voz baja, sabiendo que él estaba pensando en Nino Lahiffe, el amigo que no había podido salvar —Sé por qué esta medalla es tan odiosa para ti.

Adrien no respondió. La tensión que irradiaba era casi palpable, entendió que de todos los oscuros recuerdos que albergaba, éste era uno de los peores.

—¿Es posible rechazar la medalla?— preguntó —¿Puedes renunciar a ella?

—No es voluntaria. Tendría que hacer algo ilegal o repugnante para provocar la cláusula de expulsión.

—Podríamos planear un crimen que puedas cometer— sugirió Mari —Estoy segura de que mi familia tendría algunas sugerencias excelentes.

El rubio la miró entonces, sus ojos como gemas esmeraldas encendidas por la luna. Por un momento, la ojiazul temió que el intento de aligerar la situación podría haberlo molestado.

Pero entonces hubo una especie de risa en la garganta, y la tomó en sus brazos.

—Marinette...— susurró —Nunca dejaré de necesitarte.

Se quedaron afuera más tiempo de lo debido, besándose y acariciándose hasta quedar los dos sin aliento por la necesidad frustrada. Un gemido silencioso se le escapó, y él la levantó del banco y la trajo de vuelta a la casa.


Cuando la peliazul, se mezcló entre los invitados, charlando y fingiendo interés en los consejos que le ofrecían, ella seguía dando miradas hacia Adrien siempre que fuera posible. Él parecía en calma hasta el punto de serenidad, manteniendo una actitud parcial. Todo el mundo lo adulaba, incluso aquellos cuya posición social y aristocrática sangre azul, eclipsaban por mucho la de él.

A pesar de la fachada controlada del ojiverde, se dio cuenta de su malestar, tal vez incluso el antagonismo, al tratar de reajustarse a un ambiente que había sido una vez tan familiar. Ahora él se sentía fuera de lugar entre viejos amigos, ninguno de los cuales quiso hacer hincapié en la realidad de lo que había experimentado y hecho en la guerra. Las medallas, los galones dorados y la música patriótica, era todo con lo que alguien se siente cómodo discutiendo. Y por lo tanto sólo podía permitir que sus sentimientos se mostraran breves y cautelosos.

—Mari— Alya llegó a su lado, suavemente alejándola antes de que pudiera participar en otra conversación —Ven conmigo. Quiero darte algo.

La ojiazul la llevó a la parte trasera de la casa, a un conjunto de escaleras que conducen a una sala de forma irregular en el segundo piso. Era uno de los muchos encantos de Ramsay House, las salas y espacios excéntricos sin propósito aparente, parecían haber crecido por voluntad propia de la vivienda habitual.

E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora