IV

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Deagu, Corea del sur. Año 2021





En el interior de una bodega abandonada, donde las ratas paseaban a su gusto, la hediondez se esparcía por doquier y el eco de las goteras era el único sonido que se escuchaba; se convertía en el lugar perfecto para sacar un poco de su frustración. Sonaba un poco cliché, pero era la única forma para hacer de las suyas sin que nada ni nadie los interrumpiera.

Era meticuloso después de grandes experiencias a lo largo de su vida, es por ello que portaba su particular traje pulcro hecho a la medida, acomodándolo de vez en cuando solo para tener la atención por un segundo, acariciando los gemelos en sus muñecas con el conocido escudo del clan Min, aunque ahora, modificado a su gusto, dándole vida a un dragón envolviendo una S, que simbolizaba más que la primera letra de su nombre. Atrás quedó el Min, porque más que agradecer la herencia de su clan, la maldecía gracias a la enorme cicatriz horizontal que iba de su ceja izquierda hasta el pómulo, motivo por el que detestaba que le mirasen a la cara y aquel hombre que tamblaba de dolor a sus pies, había cometido el error de alzar sus ojos hacia su rostro.

El horror que notó en su mirada, le fue suficiente para desfigurar su alegría y ensuciar sus caros zapatos en una patada que desencajó su mandíbula.

El jefe se agachó a la altura del miserable hombre, tomó en un puño su cabello húmedo por la sangre y gruñó cerca de su rostro:

— Atrévete a mirarme de nuevo. Mírame a los ojos ¡Mírame!

El hombre cerró los párpados con fuerza, pero en un atisbo de curiosidad, los entreabrió, costándole un severo puñetazo en la nariz que lo noqueó de inmediato.

El jefe sacudió el dolor de sus nudillos, se levantó y acomodó el traje casi arrugado por el rápido movimiento de sus extensiones.

— Jimin, encárgate de sacarle información. El resto, te lo dejo en tus manos.

Su centinela rubio, que se mantenía expectante, asintió con una sonrisa que demostraba la diversión que le colocaba frente a él.

— Entendido, jefe.

Saliendo de la bodega, comenzó a escuchar lamentos que se convertían en música para sus oídos.

Una Jeep negra lo esperaba a fuera. Uno de sus hombres le abrió la puerta y entró siendo recibido por un hermoso hombre que le ofrecía un cigarrillo.

— Justo lo que necesito.

Sonrió tomando el cigarro en sus labios. No apartó la mirada de las delicadas manos que le encendían el cigarro: los largos dedos, las uñas cortadas y el color bronceado en su piel. Quién diría que esas delicadas manos serían responsables de tantas muertes y de los múltiples orgasmos que le proporcionaba a puerta cerrada.

Alzó la mirada, encontrándose con el rostro iluminado por los faros de la carretera.

Su centinela especial, aquél que rescató entre la inmundicia, la pobreza y la hambruna. Un cuarzo cubierto de mierda producida por el olvido. Nunca imaginó la gran riqueza que escondía en su interior. Su mejor arma secreta.

Dió una calada a su cigarro disfrutando el tabaco acariciando su garganta, para después expulsar el humo por las fosas nasales. Sonrió con perversión tras escanear de pies a cabeza a su subordinado.

— Hope, Hope, Hope... Mi querido Hope. Ven aquí.

Levantó su mano y acarició la nuca del muchacho para atraerlo hacia sus labios, devorándolos con hambre y sensualidad. Arrancándole gemidos ahogados.

Una vez buscado el aliento, unió sus frentes para sonreír una vez más, Hope era su alegría, su carga de energía en días lluviosos y agitados como el que estaba teniendo.

THE KING & THE BOSS 【YOONSEOK】 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora