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Dinastía Joseon, 1492.








La fina tela de algodón color blanca era adornada con cordones café en la parte de la espalda, que al estirarlos, ajustaban la estrecha cintura del hombre que se quejaba con cada tirón. Sentía que el aire escapaba de sus pulmones y que pronto se desmayaría, aunque parecía un buena idea suicida si eso significaba alejar sus problemas emocionales y psicológicos de su madre.

— Por dios, Hoseok, ayer te quedaba muy bien.

Escuchó a la mujer de cuarenta años, con el cabello recogido en una trenza con tintes grises, ojeras bajo los ojos y sudor en la frente por el esfuerzo.

— Ayer el dongjeong¹ no fue modificado una talla menos, madre ¡Auch!

Sintió dolor en la cabeza gracias al golpe de su madre.

— No me resongues. Además, le dije al sastre que le quitara unos centímetros más, de haber pensado que comerías más de la cuenta, no lo hubiese hecho.

Dió otro tirón y Hoseok jadeó, sentía que las tripas le saldrían por la boca.

La mujer anudó los cordones, sacudió sus manos alejándose mientras observaba el buen trabajo que hizo.

— Mírate, te ves precioso.

Hoseok apenas pudo mover su torso, el camisón largo era abrazado por un tipo corsé que se ajustaba a su cintura tan fuerte que creyó podría romperle las costillas. Se volvió con cuidado hacia el espejo para poder verse.

— ¡Espera!

Su madre lo detuvo mientras corría a uno de los estantes donde colgaba una preciosa bata celeste que fácilmente rozaba el suelo. Tomó el trozo de tela como si fuese oro mismo. Lo extendió y ofreció a su único hijo, quién estiró los brazos tratando de no mover el torso.

La bata le quedaba muy bien, realzaba el color moreno de su piel. Tenía unos bordados de flores en color dorado, dándole un aire místico, como si formara parte de la realeza. No sabía como su madre consiguió la prenda, debido a que el pueblo pasaba escasez económica, no sería fácil encontrar ése tipo de tela en la zona sur. No se atrevió a preguntar tampoco.

Pero ante todo lo anterior, le gustó mucho lo que el espejo reflejaba. Comenzando con los zapatos blancos que guardaba para ocasiones especiales, la bata celeste, la bandana color crema que cruzaba de forma horizontal por su frente junto al bordado de un árbol de cerezo en representación de su nación, luego, el cabello castaño, ondulado y largo hasta la cintura y los dos mechones que se escapaban de la bandana. Se veía atractivo, se sentía atractivo. Al menos sacaba algo bueno de todo el ajetreo del día, su autoestima subió por encima.

— Mírate, te ves precioso, cariño.

Vió a su madre acercarse por la espalda, apoyando sus dedos arrugados sobre sus hombros, tratando de alcanzarlo.

Hoseok nunca se sintió tan amado por su madre hasta ése momento. La mirada de orgullo que le regalaba, la forma en que sus dedos temblorosos peinaba sus ondas, las palabras que usó para dirigirse a él. Aunque estuviera consciente de que todo lo anterior fue hecho adrede para conseguir un fin avaricioso, agradecía poder vivir al menos un momento tan íntimo e inolvidable con su madre, la misma mujer que se encargaba de manipular su vida a su antojo y que le recordaba lo miserable que sería si no la tuviera a su lado.

— Gracias, madre.

La mujer sonrió tomando sus brazos para verlo directamente a los ojos. Alzó una mano y sintió la cálida caricia que sus nudillos le regalaron.

THE KING & THE BOSS 【YOONSEOK】 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora