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Tengo que doblegar su orgullo y enseñarle lo que se pierde.


Pov ''Señor''


Llegamos hasta mi auto que estaba a unos metros de donde habíamos estado. Le abrí la puerta de copiloto y me giré para observarla.

Ahí estaba, con una expresión extraña ¿será que me pasé en la broma?

Al llegar a mi lado comenzó a alternar la vista entre el auto y a mis ojos. Tiene unos ojos verdes preciosos como dos esmeraldas, tan claros, transparentes como dos joyas caras y únicas.

Traía un pantalón gris con remaches alrededor de las rodillas y muslos que estaban ahí apropósito, dejándome ver parte de sus piernas. Una camisa verde que se ajustaba en sus hombros bajos dejándome ver su cuello y hombros. Traía el pelo suelto y joder, se veía hermosa con ese pelo lacio castaño.

Ella lucia diferente a mi, inocente, dulce, tranquila y muy hermosa.

Me la voy a llevar a mi cama cueste lo que cueste.

Así es. ¿Que creían? Un tipo como yo no se enamora solo por unos ojos hermosos, tengo la intención de comérmela hasta que me pida una segunda o tercera vez. Oír sus gemidos y hacerla mía hasta que llore de placer.

Pero sé que no puedo hacerlo como con otras chicas; pedirle que tengamos unos cuantos polvos y ya, sin sentimientos. Se ve demasiado terca y orgullosa como para permitírmelo.

Tengo que doblegar su orgullo y enseñarle lo que se pierde.

-¿Te vas a quedar ahí viendo o piensas entrar?- Me limite a decir ante su tardanza.- Si quisiera secuestrarte lo fuera echo allá.- Señalé el rincón al que la había llevado-. Donde estabas tan rojiza como un tomate.

Ella me aniquilo con la mirada, si las miradas mataran yo estaría muerto después de su despiadada forma de responder con solo mirarme.

Sin decir nada, completamente molesta y apenada por el comentario que le dediqué entro al auto sin rechistar.

Sonreí victorioso y rodeé el auto para abrir la puerta de conductor.

Antes de entrar le eché una ultima mirada al estacionamiento cerciorándome de que ese chico no estuviera ya ahí.

Después entré al auto y comencé a poner el motor en marcha, miré de reojo a Emma que parecía ignorarme o al menos, intentándolo ya que podía notar como tenia su piel erizada.

Salimos de la universidad en mi camioneta y unos minutos después de absoluto silencio que, a decir verdad no se me hizo incomodo, habló.

-Que no tome mucho tiempo.-Se quejó-. Quiero llegar temprano a mi piso.

Sin apartar la mirada de la carretera le respondí burlón.- Yo pongo las reglas aquí, no tu.- Zanjé.- Así que solo disfruta y no opines.- Terminé con una sonrisa en el rostro.

Pude notar de reojo como me veía con una cara entornada, ceñuda y obstinada. Vi como abrió la boca para decir algo pero sorprendentemente se calló y se acomodó en su asiento.

-Que obediente.- murmuré asegurándome de que me escuchara.

-Eres un imbécil.- Me acusó y yo me limité a encogerme de hombros restandole importancia.


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Llegamos al local en donde comeríamos y me apresuré a abajar del auto y abrirle la puerta pero ella terca se bajó antes al notar mi intención.

Llámame Señor- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora