9. Abrazando A Un Huracán

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–¡Ah! – un gemido de dolor seguido de un inminente crujido resonó en la habitación.


Hasta ese momento no se había percatado de lo lujoso de aquel lugar; paredes doradas, luz baja, jarrones con flores blancas y una enorme cama con dosel.


Pero ninguno de esos lujos tenía tanta importancia como la que tenía la persona frente a sí mismo.


Vestido con una túnica desgastada y mugrienta, la piel blanca cubierta por manchones y moretones, así como el cabello enmarañado y desigualmente ondulado cubrían el rostro por completo de esta persona, solo revelando un mentón fino y unos labios rosados y jugosos. Solo con esas pequeñas muestras de belleza se podía deducir lo exquisito que era el rostro del otro.


El instinto del rey demonio se encendió y se acercó bruscamente frente al mendigo, capturando entre su mano el cuello frágil y delgado del otro.


–¡Agh! – el mendigo soltó con desdén negándose a mirar al otro, pero luchando por liberar su cuello


–¡Mírame! – exclamó la calamidad vestida de negro


–¡No! ¡Déjame solo! – He Xuan se quedó helado un momento. Jamás había escuchado tanta ira en una voz tan dulce y risueña. De inmediato su paciencia se hizo añicos. De nuevo se dejó llevar por su rencor.


–¡Nunca! Tú me debes, tú robaste algo mío y ni diez mil vidas tuyas podrán pagarlo. ¡Vas a estar donde yo lo diga! – su voz se enronqueció y su diálogo se tornó feroz mientras con ambos brazos trataba de inmovilizar al otro firmemente.


–¡Vete, vete! ¿Qué haces? ¡Suéltame! –aunque el mendigo usaba evidentemente toda su fuerza para apartar al otro, este demonio tenía suficiente fuerza para romper sus huesos. Poco a poco sus brazos cedían y sus piernas se separaban cada vez más. Su labio inferior, apenas visible entre la masa de ondas temblaba ligeramente. Sus manos y piernas comenzaron a temblar ante la imponente presencia de aquel ser. Finalmente, la calamidad dejó caer todo su peso sobre el delgado cuerpo, aprisionando sus piernas y su cadera. Con una mano sostuvo ambas del antiguo Dios, y con la otra acarició su mentón con delicadeza


–¿Te quieres ir tan pronto? Pensé que habías dicho que era tu mejor amigo... – aunque su intención era decirlo con un tono de burla, no pudo evitar dejar escapar una chispa de melancolía.


El malaventurado giró su rostro rápidamente al lado contrario, intentando evitar el tacto de aquel rey supremo. Con todas sus fuerzas tomó una bocanada de aire y con su voz se defendió.


–¡Cómo podrías ser mi amigo! Sabes lo que hice... ¿pero sabes lo que me hiciste tú a mí? ¡Mataste a mi hermano! No compartimos nada más que ese maldito nombre. ¿No basta la condena que me diste? ¡Déjame ir o mátame ya!


El rostro de He Xuan se torció al escuchar esas palabras, pero ahora su corazón era como un fogón, y cada palabra que salía de la boca de Shi QingXuan lo invitaba a objetar.


–No he terminado contigo, QingXuan... – liberó un momento su mano para acomodarse, en cuanto lo hizo el delgado cuerpo se dio la vuelta, intentando escapar a gatas de aquella cama... Antes de siquiera alcanzar el otro extremo, una mano fría alcanzó su tobillo derecho y lo arrastró de nuevo bajo ese demonio. Este lo presionó de nuevo hacia abajo. El mendigo comenzó a sollozar


–Te detesto, no me gustas. ¡Vete de aquí! – su ira y su dolor eran evidentes. Aunque ahora su cara estaba contra la cama, He Xuan podía intuir que lágrimas escapaban por sus ojos...


ANTES DE QUE TE DIGA ADIÓSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora