Capítulo 22

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Sin fecha.

Sin hora.

Lo primero que hizo Annie al despertar fue palpar la parte trasera de su cabeza. Sus dedos se sintieron cálidos y se mancharon del color carmesí de la sangre.

Su visión estaba borrosa, pero lo suficientemente clara para reconocer el sitio donde se encontraba. Estaba tirada en la sala de la cabaña de sus abuelos maternos, a más de 50 kilómetros de la ciudad. El lugar estaba abandonado, pues desde que su hermana y ella descubrieron la infidelidad de su madre, Jackie nunca quiso regresar ahí, lo que arruinó las vacaciones anuales de la familia durante el invierno, cuando Alek descansaba de su constante ir y venir de negocios. Desde entonces, nadie había regresado ahí, por lo que los muebles y el suelo estaban cubiertos de polvo, y en el techo colgaban telarañas repletas de cadáveres de insectos.

La joven intentó incorporarse, pero el cuerpo le dolía muchísimo, casi podía jurar que sus huesos estaban hechos polvo y sus músculos derretidos. Le era difícil que sus extremidades respondieran a las órdenes que su cerebro les enviaba. Le costaba respirar, por lo que tomaba largas y pausadas bocanadas, tratando de ser lo más silenciosa posible. 

Miró su nuevo atuendo. Llevaba puestos unos jeans claros ajustados, manchados por la suciedad del suelo, tenis rojos que recordaba haber visto en algún lugar, aunque no sabía dónde, y una playera del equipo de fútbol de la escuela. La primera persona en la que pudo pensar fue en Zack, aunque no podía recordar ni siquiera el rostro del joven.

Se estremeció cuando recordó la última escena que vivió antes de desmayarse... ¡No! Antes de que la golpearan para dejarla inconsciente: Se encontraba en medio del bosque, escondida entre la naturaleza hasta que alguien la emboscó. Herida, con frío y confundida. Y de pronto se encontraba ahí, sin una buena explicación o, cuando menos, un motivo racional.

De nuevo intentó levantarse, pero los costados le dolían y solo consiguió despegarse dos centímetros del suelo antes de que su cabeza volviera a estrellarse en el piso. Sintió una leve punzada en el brazo derecho y trató de enfocar el punto de donde provenía la molestia. Entrecerró los ojos, forzando la máxima capacidad de su visión, ya que la única luz que había era aquella que se filtraba por la ventana detrás de ella , al parecer, de uno de los faros del jardín. En el doblez de su extremidad, justo donde parecía palpitar su vena, había varias marcas: piquetes de agujas.

Escuchó un ruido proveniente del segundo piso. Pisadas. Reconocía la arquitectura de la cabaña, arriba de la sala estaba la habitación principal. Los pasos iban de un lado a otro por varios segundos y después se detenían otro instante, para volver a iniciar la secuencia. La madera crujía debajo del peso de la persona que estaba ahí.

Asustada, no, aterrorizada, se movió tanto como su cuerpo le permitió. Se sentía como una muñeca de trapo, sin forma, sin una estructura que la sujetara, solo retazos de tela que colgaban.  Consiguió arrastrarse varios centímetros hacia la salida, aferrando las uñas al suelo de madera, sin embargo, el dolor era tan intenso, que decidió cesar su vano intento por escapar, era una tarea imposible. Sentía punzadas por todo el cuerpo, casi como si un ejército de hormigas se hubiera filtrado en su ropa y la hubiesen atacado.

Intentó pedir ayuda, a pesar de saber que era una tontería que, incluso, podría alarmar al otro ente. Estaba en medio de la nada, y no creía que su acompañante fuera un amigo, por lo que solo quedaba suplicar por su vida.

Por favor... —Logró susurrar, y entonces se dio cuenta de que le faltaban varios dientes.

Lloriqueó.

Y su llanto se volvió más escandaloso cuando los pasos se dirigieron a las escaleras, justo en frente de ella. Estaba completamente segura de que no existía salvación, por lo que se puso a rezar en su mente, deseando que un Ser Supremo se apiadara de su alma y le reservara un lugar no tan cruel en el infierno. Rezó para que su muerte fuera rápida, para que el dolor que se apoderaba de ella desapareciera.

Las diez razones por las cuales te asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora