Capítulo 18

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El olor a alcohol etílico le causaba náuseas, sentía el estómago comprimido y estaba al borde del vómito. Nunca le había gustado visitar los hospitales, pues sus pasillos le resultaban escalofriantes y deprimentes. Cada que pensaba en cuántas personas habían caminado por ahí y nunca regresaron le generaba un terrible pesar que le erizaba la piel. Sin embargo, tenía un buen motivo para estar en ese sombrío lugar, una razón que la impulsaba a continuar con su descabellado plan.

Iba ataviada con una vestimenta de colores oscuros, un atuendo que sabía le gustaría a Andrew, aunque ni siquiera estaba segura de por qué quería complacerlo, considerando los desalentadores pensamientos que la torturaban desde el día anterior. 

Esperó el ascensor mientras tarareaba una canción que escuchó en la radio durante el trayecto hasta ese sitio. No recordaba la letra con exactitud, pero una estrofa captó su atención, la cual hacía referencia al dolor de una muñeca de porcelana. Triste, irónico, pero le recordó su propia situación, pues se sentía como un objeto inanimado, sin vida. 

Las puertas del elevador se abrieron, y entró gustosa por la ausencia de personas. Oprimió el botón para subir al tercer piso, donde se hallaba una parte de las habitaciones de los pacientes, el nivel donde se encontraba internado su novio, y esperó con tranquilidad hasta llegar a su destino. Estaba nerviosa, pero no quería proyectar esa emoción, sino mantenerla dentro de sí para incubar los sentires correctos para la ocasión. Había ensayado durante la noche las respuestas que daría a las enfermeras para las evidentes preguntas que le harían. Todo estaba planeado, no tenía margen de error ni posibilidades de equivocarse, por ello era importante conservar la serenidad. 

Salió de la caja metálica con pasos seguros y bajo un ritmo adecuado. Su postura era un accesorio indispensable para su disfraz, por ello se obligó a controlar la velocidad de su respiración, la cual amenazaba con agitarse ante la inevitable aceleración de sus latidos. Podía gobernar sobre la mayor parte de su cuerpo, pero su corazón era un caso especial, hablando de una forma metafórica y romántica. Caminó hasta llegar a la recepción de aquél nivel, donde se encontraban dos enfermeras regordetas que cotilleaban entre ellas. 

La morena de ojos grandes y labios gruesos fue quien dejó de conversar con su compañera para centrarse en la joven de apariencia siniestra que sonreía de una forma perturbadora. Analizó a Jackie con la mirada hasta donde el escritorio le permitía tener una visión de ella. A pesar de su noble profesión no era fanática de los adolescentes, pues sabía en los líos en que se metían y las razones por las cuales muchos de ellos terminaban internados en el hospital. Recorrió la silla hacia adelante, para estar más cerca. 

—Buen día —dijo Jackie con la tonalidad más amable que consiguió forzar. 

—¿Qué necesitas? —cuestionó de mala gana, deseosa porque su turno terminara. 

—Estoy buscando a mi hermano: Andrew Bolt. —Su voz era firme, pero sin llegar a ser prepotente. Si mostraba un ápice de duda todo se vendría abajo. 

Nasha, la enfermera, se detuvo a observar una vez a la joven en su totalidad. No tenía buena pinta, su rostro reflejaba cansancio y sufrimiento, tenía unas oscuras bolsas debajo de sus ojos como una clara señal de la falta de descanso, sin embargo, resultaba ser una muchacha refinada, sin algún indicio que pudiera perjudicar la serenidad del lugar. 

—Sí... —Revisó en una hoja enganchada en el sujetapapeles de su escritorio—. Está en la habitación 204. 

—Gracias... —Fue más sencillo de lo que esperaba, pero aún necesitaba un dato más—. Eh, disculpe, ¿sabe si nuestros padres ya se fueron? —Señaló con el pulgar hacia el pasillo que conducía a las habitaciones—. Se supone que vengo a relevarlos, pero me quedé sin batería en el celular y ya no supe a qué hora debía llegar... 

Las diez razones por las cuales te asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora