El Sanatorio Mental Kenneth se alzaba imponente frente a él, con su monótona estructura blanca y pulcra, sus ventanas protegidas con barrotes negros y cámaras de seguridad en puntos estratégicos sobre el muro que rodeaba el perímetro. Eliott arrojó la colilla del cigarrillo al suelo y la pisó con su bota antes de cruzar la calle hacia la entrada. Saludó al guardia de la caseta principal, donde se registró en una libreta. Eran las once de la mañana, el horario de visitas había comenzado dos horas antes, pero su nombre era el primero de la lista, casi como todos los sábados que iba.
Subió unos escalones hacia el segundo filtro de seguridad: un detector de metales. Dejó sus llaves, el cinturón y la navaja suiza que llevaba en el bolsillo de su pantalón en un contenedor de plástico transparente. Atravesó el marco del mecanismo y no hubo ninguna señal de alarma; enseguida, el encargado le pidió que levantara los brazos para una inspección corporal rápida, Eliott accedió sin inconveniente, entonces le palmeó los costados de su torso y piernas como parte del proceso interino del sanatorio. El hombre solicitó que se registrara en otra hoja membretada más compleja, donde debía especificar su nombre, el paciente al que visitaba, el parentesco y la hora de ingreso.
Eliott Shepard.
Steve Shepard.
Padre.
11:07 a.m.
Un tercer empleado recibió el formato en el mostrador separado por un grueso cristal, desde donde se podía ver una pequeña parte del panel de control de las cámaras del recinto. El hombre oprimió un botón que hizo emitir el chirrido de la puerta de metal que separaba el mundo cuerdo y puro de aquél universo ajeno, incomprendido y tambaleante mejor conocido como locura.Eliott inhaló el característico aroma de los fármacos, un olor que le gustaba cuando era pequeño, pero conforme fue creciendo y tuvo que acostumbrarse a él, terminó por resultarle repulsivo, casi insoportable. Caminó a través de un largo pasillo y después viró a la izquierda, donde tuvo que detenerse en otro pequeño mostrador de madera, controlado por una enfermera de rechonchas mejillas y ancha complexión.
—Eliott, muchacho, siempre tan puntual. —Le saludó con una afectuosa sonrisa.
—Hola Karen —respondió sin un atisbo de emociones—. ¿Mi padre ya está aquí?
La mujer se asomó a través de la ventana cuadrada de la puerta que los separaba de una sala de estar de juegos. Con la mirada buscó entre los internos a uno de sus pacientes más difíciles y conflictivos. Steve Shepard siempre le causaba problemas, en su estado de euforia era un hombre terco, grosero y agresivo con el que los enfermeros debían tomar medidas preventivas.
—Sí, está por allá, cerca de la ventana. —Le acercó un cuadernillo por la superficie del escritorio—. No olvides registrarte, cariño.
El joven escribió su nombre con dificultad, haciendo trazos torcidos e irregulares. Ese temblor en las extremidades era característico de él cada que estaba a punto de ver a su padre, no tenía una explicación para ello, pero le disgustaba sentirse tan vulnerable.
Karen abrió las dos cerraduras de la puerta con un par de llaves del manojo que tenía asegurado en su pantalón con un listón. Cuando Eliott estuvo dentro de la sala volvió a echar los seguros y regresó a su asiento detrás del mostrador e ingresó la información en los registros de visitas de Steve Shepard. No conocía bien al muchacho ni su historia, sólo sabía que su padre era el único familiar que tenía luego de la aparatosa muerte de su madre; le daba cierto pesar, aunque la tosca y fría personalidad que aparentaba le daba una idea de que no debía preocuparse demasiado por él.
La sala de juegos era un amplio cuarto con varias mesas y estanterías llenas de libros, juguetes y crayolas para los pacientes más jóvenes, una televisión para proyectar películas, una pequeña zona de estar con cómodos sillones, y una gran variedad de juegos de mesa. A esa estancia sólo tenían acceso los pacientes que se habían portado bien durante la semana y cumplido con las obligaciones de sus terapias; aquellos, en cambio, que mostraban un comportamiento errático, eran castigados en el confinamiento de sus habitaciones y sin derecho a postre después de la comida de media tarde.
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Las diez razones por las cuales te asesiné
Mystery / ThrillerUn mensaje escrito en una de las habitaciones del Sanatorio Mental Kenneth perturbó a las enfermeras y a los internos, pues en él se plasmaron las diez razones por las cuales Annie Fields fue asesinada. La persona que ejecutó a la joven compartí...