Elizabeth estaba hecha un ovillo en un rincón de su habitación, llorando con un tremendo dolor en el pecho que apenas la dejaba respirar. Tenía apretujado el teléfono celular entre sus temblorosas manos; no quería continuar viendo los mensajes en la pantalla ni el nombre del remitente.
Estás muerta, perra.
Observa a todos lados cuando salgas de casa.
Avísale a Annie que estoy de cacería.
Estaba asustada, porque sabía de lo que Darren era capaz de hacer. Tal vez no era un buen novio, pero era un hombre de palabra, y cuando decía que haría algo, lo cumplía. Por lo que sus amenazas de muerte eran para tomarse en serio.
Ansiaba tanto contarle a su padre lo que estaba sucediendo, desesperada por encontrar ayuda. Sin embargo, si optaba por ese camino, tendría que contarle todo: Las noches desenfrenadas de sexo, su relación abierta con el muchacho, las veces que rasgó su piel con una navaja para complacer a Annie, las drogas que había consumido, los actos quizá ilegales que había cometido, y, posiblemente, el haber entregado la cabeza de su mejor amiga a un psicópata como Milton, aunque ni siquiera estaba segura si ese chico sería capaz de levantar un dedo contra la abeja reina. Estaba loco, sí, pero tal vez era la clase de persona que solo ve alterada la realidad, y no era probable alguna acción de su parte.
No sabía qué tan malas serían las consecuencias de sus actos... Aunque, al final de cuentas, su vida ya estaba condenada, ya no tenía mucho qué perder, ¿no?
Inclusive, presa del terror, consideró en buscar a Annie para pedir su apoyo, y así ambas poder combatir codo a codo contra Darren, al cabo, la mayor de las Fields siempre tenía un as bajo la manga para acabar con sus enemigos. En todos los años que llevaban conociéndose, no sabía de ninguna derrota de su amiga. Era perfecta, todo siempre salía conforme a sus planes, y estaba segura que no se dejaría vencer por su exnovio hambriento de venganza.
Pero —siempre había un pero cuando se trataba de Annie— no creía que su vieja amiga fuera a acceder tan fácil a una alianza momentánea. Sí, probablemente Fields encontraría una solución para salvar su propia vida, pero no tenía motivos para ayudarla a ella. Menos después de haber atentado en su contra en la casa de Cedric. Seguramente habría un precio a pagar, casi vender su alma al diablo, un diablo de ojos castaños, sonrisa blanca y continuas malas intenciones.
Haciendo el recuento de los daños, cualquier opción por la cual optara la conduciría a entregar su vida. No hacer nada y morir en manos de Darren; decirle a su padre y perder a su único ser amado por el seguro desprecio que nacería en él, condenándola a la incertidumbre y soledad, viéndose sola frente a lo desconocido; o pedirle ayuda a Annie a cambio de un precio que desconocía. Fuese lo que decidiera, se sentía sola y con mucho miedo.
El teléfono volvió a vibrar entre sus manos, sin embargo, aquella vez no fue capaz de soportarlo y lo lanzó sobre la cama, viéndolo rebotar dos veces antes de frenarse contra una almohada.
Sus pensamientos daban vueltas, tan rápido que se sentía mareada, ni siquiera podía concretar una sola idea, pues cientos de fragmentos de arremolinaban, haciéndola sentir inestable y confundida.
El VIH podía controlarse, sí, claro que sí; solo necesitaba asesorarse con un médico y seguir las indicaciones al pie de la letra. Podía reivindicar su vida, alejándose de las drogas, del sexo descuidado y las irresponsables aventuras. Incluso, quizá, podría entrar al coro de la iglesia, dar clases de matemáticas a niños, ayudar a los necesitados, hacer todo lo que se supone que te abre las puertas al paraíso. Solo había un problema y era Darren, necesitaba deshacerse de él.
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Las diez razones por las cuales te asesiné
Mystery / ThrillerUn mensaje escrito en una de las habitaciones del Sanatorio Mental Kenneth perturbó a las enfermeras y a los internos, pues en él se plasmaron las diez razones por las cuales Annie Fields fue asesinada. La persona que ejecutó a la joven compartí...