Capítulo 13

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El cuello le ardía, aún podía sentir las manos de su agresora sobre la piel. Estaba tan confundida que no podía discernir entre los recuerdos y la realidad. Todo su cuerpo temblaba, preso del miedo, impotencia y debilidad. Sabía que su fin estaba cerca, pero no creía que sería tan pronto. Entonces el dolor se hizo más y más intenso, hasta que le fue casi imposible respirar, la presión en su pecho era insoportable. Cada segundo que transcurría le calaba en los huesos, era devastador. El rostro de Elizabeth apareció frente a ella, riéndose, burlándose de lo fácil que podría ser romperle el cuello con un simple apretón.

No podía morir así, debía luchar.

Annie despertó con un sobresalto, y un gemido de terror escapó de sus labios cuando no reconoció la recámara en la que se encontraba. Miró a su alrededor, tratando de recordar lo último que hizo antes de perder la consciencia. Su mente fue adquiriendo claridad con cada parpadeo: estaba en la habitación de Nico, había llorado en sus brazos antes de quedarse dormida por el abrumador cansancio. Sin embargo, él no estaba a su lado, ni siquiera había rastros de su presencia en el lugar. La soledad le generó un sentimiento de melancolía, estaba embargada por negatividad, y por primera vez en mucho tiempo experimentó la carencia de fortaleza emocional.

Llevó las manos a su cuello y rozó las marcas que el ataque de Elizabeth dejó sobre su piel. Aún le dolía, o tal vez era una mera representación psicológica de la cercanía a su muerte que punzaba como una advertencia. No quería admitirlo en voz alta, pero en realidad temió por su vida; nunca antes había visto actuar así a la que un día fue su amiga, ni siquiera terminaba de concebir la idea de la locura que la invadió. Aquella chica fácil de manipular se había convertido en un verdadero peligro, de cual debería cuidarse... O hacerse cargo de ello. 

Escuchó el cerrojo de la puerta moverse e instintivamente se cubrió hasta el cuello con la sábana y se hizo pequeña contra las almohadas, sintiéndose patética por la debilidad que la azotaba. Al otro lado apareció Nicholas, quien sujetaba entre sus manos una bandeja con dos vasos de leche, un plato con varias rebanadas de pan, y pequeños frascos de jalea de fresa y miel. 

El joven le sonrió con el fin de tranquilizarla cuando se percató de la improvisada barrera que Annie creó por el temor que la desbordaba. Dejó los alimentos sobre el escritorio para después acercarse a ella y darle un beso en la frente antes de sentarse frente a ella en el borde de la cama.  

—Buenos días amor, ¿cómo amaneciste? —preguntó con preocupación.  

—Bien. —respondió con voz forzada. Se inclinó hacia él para corresponder a su caricia con un rápido beso en los labios—. Pero ¿qué hora es? Siento que he dormido una eternidad. 

Miró hacia la ventana, el cielo estaba despejado y las ramas del árbol del jardín trasero se movían con el viento a escasos metros de distancia proyectando sobras amorfas en el interior de la habitación. 

—Es casi medio día, dormiste más de doce horas —Su voz estaba tintada de angustia.               

Ahora lo recordaba, había salido de la casa de Cedric a pesar de que éste le pidió que se quedara un poco más para asegurarse de que se encontraba bien, pero se negó, sólo quería huir del desastre de escenario en donde la muerte rozó su piel, y el único lugar que se le ocurrió fue para refugiarse fue la casa de su novio. Afortunadamente los padres de Nico habían salido de la ciudad junto con Sara, su hermana, para visitar a un diseñador de vestidos de novia y volverían dentro de dos días. No quiso regresar a su hogar, porque no se sentía lista para enfrentar su realidad, sólo deseaba escapar de todo por unas horas y fingir que nada malo había ocurrido. Tuvo que decirle a Nicholas el porqué de sus moretones y la inestabilidad de sus emociones, pero le suplicó que no la interrogara en ese momento y le permitiera darse una ducha para limpiarse la sangre, a lo que él accedió sólo por la irremediable necesidad de consolarla y protegerla de cualquier peligro que estuviese acechándola. 

Las diez razones por las cuales te asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora