Capítulo 5

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El humo del cigarrillo se filtró a través de los labios entreabiertos de Annie. Caminaba sola por la calle, escuchando el susurro del viento. Era temprano por la mañana, el sol aún no resplandecía en el cielo. Sus pisadas emitían un leve repiqueteo contra el grisáceo y manchado asfalto. De su hombro izquierdo colgaba un bolso, golpeteando su cadera con cada paso que avanzaba, recordándole lo que había en el interior.

Dio una larga bocanada, despreocupada por la soledad que la rodeaba. A veces le gustaba la sensación de ser la única persona en el mundo, sin la necesidad de lidiar con aquellos que no compartían sus ideales. Siguió caminando, viéndose sumergida por su cotidiano estupor; para ella era común perderse en sus pensamientos, ajena a lo que sucedía en la realidad. No estaba al tanto del verdadero motivo por el cual sus ensoñaciones la absorbían, sólo se dejaba atrapar por imágenes pintorescas que anhelaba con recelo. Sin embargo, aquella mañana, su mente no estaba completamente recubierta por una película de fantasioso cristal, por lo que consiguió captar un sonido en la lejanía: pisadas provenientes del parque al otro lado de la calle por la que andaba. El silencio era tal, que distinguió el brusco cambio en su respiración. Se detuvo a escuchar: El follaje de los árboles balanceándose al compás de la ventisca; el gentil chirriar de algún grillo extraviado. Y entonces lo volvió a escuchar, ramas quebrándose bajo el peso de algo. O de alguien. La oscuridad jugaba en su contra, pues no podía ver más allá de la aureola de luz que proyectaba el farol más cercano. Entornó los ojos en un vano intento por hallar al responsable de los movimientos, pero no vio nada. 

—Debo estar alucinando —susurró para sí misma. 

Ajustó la correa de su bolso por mera inercia y continuó con su camino. Sin que se percatara de ello, sus pisadas se volvieron más rápidas y ruidosas; ni siquiera estaba consciente de que estaba escapando de algo que desconocía. El frío caló en su pecho, por lo que comenzó a respirar con pesadez entrecortada. 

Se creyó a salvo cuando estuvo a punto de llegar a una intersección que la llevaría más cerca de la casa de Elizabeth, pero entonces su pesadilla se volvió realidad: El ruido que segundos antes se podría confundir con el crujir de las ramas debido al viento, se transformó en el golpeteo de presurosas pisadas sobre las hojas secas que descansaban sobre el césped del parque. Y antes de que pudiese emitir el grito que raspó su garganta, unas manos se aferraron sobre su boca y aprisionaron su única oportunidad de pedir ayuda. Se retorció bajo el poder de su captor, chilló contra la mordaza improvisada, pataleó cuando sintió que la levantaron del suelo sin esfuerzo. Todo a su alrededor daba vueltas, su mirada se nubló por las lágrimas. Annie nunca había sentido tanto miedo como hasta ese momento. La llevaron hacia el centro del parque, sintiéndose aterrorizada. No sabía qué era peor, ser violada o que la asesinaran. O ambas. Su mente sólo podía pensar en las mil y un posibilidades para sobrevivir. Debería golpear al secuestrador en la ingle, hundirle los ojos con la yema de los dedos, y morder su cuello para destrozar su vena. Tantos años viendo programas policiales en la televisión le podrían ayudar a pensar en una forma de escape, pero sus músculos se sentían entumecidos debido al pavor. Por un instante creyó  que la vida se le desbordaba, fue entonces que el victimario se detuvo bajo la luz de un faro y la dejó en el suelo con precaución. Sin apartar una mano de su boca, la obligó a girar sobre su eje para encararlo. 

Annie se preparó para atacar, sin embargo, la mirada frente a ella le heló la sangre y petrificó sus articulaciones. Esos ojos, esa mirada que un día la hizo suspirar. Su corazón se aceleró, pero no por temor. ¡Oh, no! Sino por todo lo contrario. Sintió que sus mejillas adquirieron un color carmesí, tan brillante que incluso llegó a creer que él lo notaría. 

—¿Te asusté? —Eliott preguntó, divertido. 

Lo empujó con rudeza por los hombros, consiguiendo que retrocediera dos pasos. El muchacho sólo pudo reír ante la expresión atemorizada de Annie, quien comenzó a respirar por la boca en un vago intento por conseguir el oxígeno que abandonó sus pulmones por el susto.  

Las diez razones por las cuales te asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora