| VEINTIUNO |

6.9K 351 147
                                    

—¿Le gusta, señor Ackerman?

Ruedo los ojos al escuchar por milésima vez la voz de la ingeniero encargada de la construcción del nuevo hotel a las afueras de la ciudad. Si no fuese tan buena en lo que hace, ya la hubiese enviado con ruta a la verga por coquetearle a mi marido en mi propia cara.

—Ajá.

Levi no levanta la mirada para verla y se dedica a firmar unos permisos que le ha entregado el abogado mientras yo me quedo de pie mirando la construcción. Nos ha tomado más de una hora recorrer todo el lugar que ya ha empezado a tomar forma y que se espera inaugurar a mediados del próximo año.

—Estoy abierta a cualquier cosa que desee, ya lo sabe.

Jadeo indignada por el valor de esta chica y contengo el impulso de estampar mi puño en su rostro con mil kilos de maquillaje.

—Solo enfócate en entregarme algo bueno y en hacer bien tu trabajo. —Le dice mi marido y ella se aclara la garganta.

—Claro.

Suelto una pequeña risa y me muevo de lugar porque no soporto el olor de su perfume. Además, tampoco es que tenga que estar vigilando a mi esposo cada cinco minutos para que las perras no se le tiren encima. Él las pone en su lugar siempre.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo trasero y lo saco para revisarlo. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al ver la imagen que mamá me envía de Connor tirado en la tierra al lado de mi padre, haciendo orificios para sembrar flores.

Le envío corazones y caritas enamoradas. Noviembre acaba de empezar y estamos a nada de celebrar el cumpleaños número siete de Connor. Mi corazón se encoge dentro de mi pecho al saber que el tiempo está pasando tan rápido y que mi bebé ya no es tan bebé que digamos.

Parece que apenas ayer era que caminaba con una enorme panza por el campus o que estaba cambiándole el primer pañal.

Bueno, mierda, ahora quiero llorar.

Unos brazos me rodean la cintura desde atrás y sonrío cuando la loción de Levi me llega a la nariz. Me besa la mejilla y sonrío.

—¿Te liberaste de las garras de la ingeniero? —le pregunto y río cuando gruñe en mi oído.

—Su voz me provoca migraña. ¿Qué es eso? —Le muestro la foto de Connor con papá. —Oye, si ese niño ya puede encargarse del jardín de casa, que lo haga. El jardinero necesita descanso al igual que mi billetera y Connor ya tiene que empezar a pagar tanto gasto que representa en mi vida.

—¡No seas bestia! —le pellizco el brazo y suelta una risa. Me giro para rodear su cuello y él me toma de la cintura, estrechándome a su cuerpo. —Quiero que vuelva a ser un bebé.

—Olvídalo. Mucho llanto, mucha mierda y poco sexo. Mejor deseemos que tenga dieciocho para que se vaya de casa.

Lo suelto de golpe y me alejo de él para encargarme de mi trabajo en el lugar. Sonrío cuando escucho su risa detrás de mí y me dedico a lo mío. Ni él se cree las palabras que dice, porque es él quien sigue levantándose de madrugada para ir a verificar si Connor está durmiendo bien.

A veces se queda a dormir con él y sé que no es siempre porque el niño tenga pesadillas.

—Gracias, mamá. Iremos por él mañana temprano.

Sostengo el teléfono con mi hombro y mi mejilla mientras saco las compras de la bolsa y las coloco en la mesa sucia de la habitación.

Hemos tenido que parar en un motel barato de carretera -porque era lo único que quedaba al paso- para no conducir bajo la lluvia torrencial que cae afuera. Es un motel antiguo que queda justo al lado de una gasolinera y una mini tienda, dónde hemos comprado algo para comer y productos para asearnos.

Una vida a tu lado || +18 🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora