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Cuando el despertador suena y Christopher Vélez abre los ojos el lunes por la mañana, sabe que oficialmente las vacaciones de primavera han terminado

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Cuando el despertador suena y Christopher Vélez abre los ojos el lunes por la mañana, sabe que oficialmente las vacaciones de primavera han terminado. Inspira con fuerza antes de dejar salir el aire de sus pulmones y cundo la puerta de su habitación se abre de golpe y Alexandra entra corriendo con un peluche bajo el brazo una extensa sonrisa se abre paso en sus labios.

No se molesta en mover uno solo de sus músculos, con el paso de los días se dio cuenta que pretender dormir con la puerta con el pestillo puesto, dormir hasta tarde o incluso dormir desnudo tal y como le gustó toda su vida eran cosas completamente imposibles.

Al menos para él.

La manía de Alexandra de entrar en su habitación corriendo por las mañanas sin ni siquiera anunciarse lo había estado volviendo loco a sobremanera pero…también le encantaba. Había descubierto que adoraba cuando ella lo despertaba dejando pequeños besos sobre sus mejillas y sobe su frente. Adoraba sus manitas –generalmente frías- recorriendo su rostro y por supuesto que adoraba la sonrisa tan grande que cada mañana adornaba su rostro. Esa niña era perfecta y no lo decía solo porque fuese su hija, no, era perfecta en serio.

 Y él la amaba.

Demasiado.

—¡Papá!—exclama sin más.—Vamos, despierta, despierta.

—Estoy despierto.—se queja y ella se ríe.—Apenas son las siete de la mañana…

—Y es muy tarde.—reclama.

Christopher se frota sus ojos con ambas manos y niega lentamente.—¿Tarde para qué…?

—Tarde para que me prepares el desayuno.—decide.

—Para que vayamos a desayunar a la casa de la abuela o a una bonita cafetería, entiendo.—la niña se ríe antes de negar.

—No.—niega de nuevo.—Para que tú me prepares el desayuno…

—¿A que se debe esto de querer que tu padre te prepare el desayuno?—cuestiona alzando una de sus pobladas cejas.

La risilla que abandona los labios de la niña lo hace estremecer de pies a cabeza pero mantiene la compostura. Ceder ante Alexandra es sin duda alguna un error. Uno grave. Y si alguien lo sabe mejor que nadie, ese es Christopher Vélez.

Nadie mejor que él.

—Porque en casa de Dan tú nos preparabas el desayuno…—responde alzando una pequeña ceja también.

Christopher se echa a reír y niega lentamente sin dejar de mirarla a los ojos.

—Buen punto.—asiente.

—¿Entonces?—pausa.—¡Quiero waffles!

—Waffles…—repite.—Claro, waffles, como no lo pensé antes.—Alexandra frunce su entrecejo y niega lentamente.—Sólo hay un pequeño problema…

S.O.S Vélez en apuros.Where stories live. Discover now