siete

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—Hazme un favor, Alexandra.—anuncia la voz de Christopher mientras saca su billetera.

—Alex.—lo corrige una vez más.

—Sólo ve a la máquina expendedora del piso de abajo  y compra lo que quieras.—anuncia tendiéndole un billete de cien dólares. La niña camina con pasos pequeños y lo toma lentamente.

—¿Qué haces?—replica Erick.—Dame eso para acá, cariño…—murmura el ojiverde lanzando el billete sobre el escritorio de Christopher  cuando ella se lo da antes de  tomar su propia billetera.—Jesús bendito, Vélez…para comprar en una máquina de dulces tienes que utilizar billetes pequeños.

—Gracias, señor.—responde la niña tomando los cinco billetes que el pelinegro le ofrece.

—Erick. Solo dime Erick…—hace una pausa.—O tío Erick, en todo caso…

—Gracias, tío Erick.—agrega  ofreciéndole una amplia sonrisa mientras ella camina en dirección a la puerta de la oficina.

Christopher oprime el pequeño botón de su interfono y deja escapar un suspiro.—Myrtle, por favor escolte a la niña al piso inferior hasta la máquina de dulces…—hace una pausa.—La hago totalmente responsable de su seguridad.

—No se preocupe, señor Vélez.—responde la mujer a través del teléfono.

—Ahora sí me vas a decir que mierda está pasando.—decide el pelinegro tomando asiento delante del escritorio de su mejor amigo.—¿Cómo es que tienes una hija de…?—Christopher lo interrumpe.

—Ocho años.—susurra.

—¡Jesucristo! Una hija de ocho años.—añade lleno de sorpresa.—¿Qué es lo que está pasando, Christopher? ¿Quién es esta niña para comenzar? ¿De dónde diablos la sacaste?

El castaño larga un prolongado suspiro y niega un poco.—No lo sé.—responde sincero.—No sé de dónde salió, sólo apareció en la puerta de mi departamento diciendo que es mi hija…es…—niega tomando asiento en su propia silla justo detrás de su escritorio de caoba.—La ­edad de Alexandra coincide perfectamente bien con el tiempo en el que estuve con su madre en un viaje a Nueva York…

—Entonces sí existe la posibilidad de que Alexandra sea tu hija…—comenta el ojiverde.

El castaño suspira de nuevo y asiente lentamente.—Sí, supongo que sí.

—Joder, Christopher.—exclama poniéndose de pie.—¿Te das cuenta de lo que eso significa?

—¿Problemas?—cuestiona.

—Tu padre va a desheredarte.—responde sin más.—¿Y que se supone que vas a hacer con una nena de ocho años viviendo contigo…?

—No lo sé.—admite.—Joder, no tengo ni puta idea de que voy a hacer…—hace una pausa.—Anoche cuando Alexandra llegó Danna estaba en departamento. Estábamos trabajando y después ella sólo apareció ahí; Danna y ella se llevaron condenadamente bien; tanto…que Alexandra quería irse a vivir con ella…

—¿Tú siquiera te puedes dar cuenta que toda tu vida va a dar un giro totalmente  abrumador con la llegada de tu hija, verdad?—le pregunta anclando sus ojos verdes en los marrones de Christopher.—El estilo de vida que tú llevas no es apto ni siquiera para las plantas de plástico que fungen como adorno mucho  menos para una niña de ocho años ¿lo sabes, no?

—Sí…

Una risita se escapa de los labios de Erick.—Joder, a que nadie en el mundo se imagina que el gran Christopher Vélez, el casanova de Miami es padre de una niña de ocho años…y que encima de todo no tenía ni idea.—bromea.—Eso suena bastante abrumador y sorpresivo ¿no?

S.O.S Vélez en apuros.Where stories live. Discover now