Christopher mira al frente y por un largo momento se queda quieto en su lugar sin ver nada en realidad, como si su mente de repente se hubiese quedado completamente vacía, de repente las palabras de Maddie resuenan en su cabeza e involuntariamente una pequeña sonrisa se abre paso en sus labios. La idea de compartir el resto de vida junto a Danna, de formar una familia con ella y con Alex le emociona a sobre manera. Hace que su corazón lata como si tuviese un caballo vuelto loco en el pecho, incluso, casi puede estar seguro que esas mariposillas de las que todo el mundo habla cuando está enamorado, están ahí.
Y es qué, ¿quién iba a decir que él, Christopher Vélez –uno de los empresarios más importantes de Estados Unidos que por años había estado en la cima de la lista de los solteros más codiciados, guapos y ricos del país; no es que él lo dijera o lo pensara, era más bien según alguna charla loca que había tenido con Zinerva casi cuando se presentó-, alguna iba a estar pensando en comprar anillos de compromiso? Nadie. Y estaba seguro que si alguien se lo hubiese dicho, entonces se habría echado a reír. La idea era absurda de pensarla y de llevarla a cabo, mucho más. Sobre todo si se trataba de Danna Silvetti.
Pero ahí estaba, con la idea rondando en su cabeza y siendo consciente de la manera tan desenfrenada en la que su corazón latía. Se suponía que el latido normal de los humanos era de setenta palpitaciones por minuto, Christopher lo leyó alguna vez en algún sitio de internet, pero él estaba completamente seguro que en ese momento casi estaría llegando a las doscientas.
El sonido de dos golpes en la puerta se hicieron presentes trayéndolo de regreso a la realidad. El joven llevó sus ojos hasta la fuente del sonido y cuando se encontró con la pequeña figura del cuerpo de Alex, una extensa sonrisa se abrió paso en sus labios.—Hola, papi—saluda la niña sin dejar de mirarlo.
—Hola, mi vida—saluda a su vez lanzándole una pequeña sonrisa.—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está la abuela?—pregunta.
—Está con Marina hablando sobre una señora que sale en la portada de una revista—anuncia encogiéndose de hombros. Christopher se echa a reír y cuando extiende sus brazos, la niña se encamina hacia él. Estrecharla entre sus brazos es una de sus cosas favoritas. ¿Quién iba a decir que Christopher Vélez se iba a enamorar tanto de la misma chiquilla que llegó a su puerta? Nadie, pero lo hacía.
Y no había nada en el mundo que él no fuese capaz de hacer por esa niña.
—¿Cómo te fue con la abuela?
—Fuimos a desayunar con sus amigas—anuncia encogiéndose de hombros—, y sus amigas me estiraron las mejillas...—agrega arrugando su nariz con desagrado. Christopher se echa a reír ante sus propios recuerdos de las amigas de su madre, ser jaladoras de mejillas profesionales era lo suyo, él mismo pasó por eso cientos de veces, ahora era el turno de Alexandra.—Después fuimos de compras, me compró muchos vestidos ¡y ya sé de qué quiero disfrazarme en Halloween!
—¿Ah, sí?—ella asiente de inmediato.—¿Y de qué vas a disfrazarte este año?
—¡Pues de Spiderman!