CAPÍTULO 1

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Recojo la bandeja que mi compañero me da a la vez que me guiña un ojo. Le sonrío y en cuanto me giro pongo los ojos en blanco. Qué pesado es, parece que mis continuas negativas no son suficientes para que me deje en paz.

Me acerco al mostrador y digo en alto el número del pedido. Pasados unos segundos aparece una chica con el tique y se lleva la bandeja.

Compruebo la hora en el reloj que cuelga de la pared; todavía quedan diez minutos para terminar mi turno.

-Entrega estas dos, porfa -pide una voz a mi derecha.

Me giro, las cojo y llamo por los números correspondientes. Y así de bien me lo paso hasta que llega mi hora.

Me cambio en los vestuarios y salgo echando leches de aquí.

Abro el coche, pongo el bolso encima del asiento del copiloto y arranco. Tengo ganas de llegar a casa y pegarme una buena ducha.

Quince minutos después ya he metido el coche en el garaje y estoy entrando por la puerta.

-¿Cielo? -dice una voz.

-Soy yo, mamá. Ya voy -respondo mientras me quito las zapatillas deportivas en la entrada.

Oigo el sonido del roce de las uñas de mi perra contra el parqué y sonrío. Tenga el día que tenga, este animal me lo alegra. Cuando Perla llega a mí, la recibo con los brazos abiertos y la mimo durante unos segundos. Después, me dirijo a la cocina.

Veo a mi madre removiendo, con una cuchara de madera, algo en una olla. El aroma que se respira es delicioso.

-No sabes el hambre que tengo, solo consigues que se me caiga la baba.

Me acerco a ella y la beso en la mejilla. Le quito el cubierto y pruebo un poco del líquido del interior. «Delicioso».

-Ya lo veo -comenta, riéndose. El reloj de su muñeca suelta destellos cuando el ángulo choca con los rayos de sol-. Tu padre también tiene que estar apunto de llegar a casa. Te da tiempo a ducharte, si quieres -sugiere a la vez que me huele el pelo. Frunce la nariz y me rio.

-Enseguida vuelvo.

Salgo de la cocina y paso por el salón hasta llegar a las escaleras que me llevan arriba. Entro en mi habitación y comienzo a desvestirme, dejando las prendas tiradas de camino al baño que hay en el interior. Enciendo la ducha y mientras espero a que se caliente el agua, me miro en el gran espejo que hay justo al lado. Pongo varias poses comprobando cuál es la que mejor me sienta y con la que menos se ve la cicatriz en diagonal que tengo en la parte inferior derecha del abdomen. Paso los dedos por encima y frunzo el ceño, ya estoy acostumbrada, hace ya años de esto, pero el tacto rugoso en esta zona, me incomoda. Acerco la mano al chorro que sale de la alcachofa y, al sentir su calidez, me meto.

Diez minutos después, me estoy envolviendo el cuerpo con un suave albornoz que es muy reconfortante aunque estemos casi a principios de verano.

Me enrollo una toalla en el pelo y salgo del servicio. Abro el vestidor y busco unas mallas cómodas, ropa interior y una camiseta suelta.

Poco después estoy de vuelta en la cocina, donde veo a un hombre de espaldas a mí, de estatura media, con traje y el teléfono en la oreja. Me acerco y paso los brazos por debajo de los suyos para abrazarlo. Al notarlo, se despide de la persona que estaba al otro lado de la conexión y rota sobre sus pies. Me devuelve el gesto con fuerza.

-¿Qué tal está mi princesita? -susurra, apoyando la cabeza en la mía. Sonrío, aunque sea un mote algo infantil no me canso de él.

-Tu princesita tiene hambre -comenta una voz a mis espaldas-, y como no te apartes rápido, seguro que te arranca un brazo -bromea mi madre.

El verano que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora