Al despertarme, todavía no habían llegado ni Kari ni Mattia, y no puedo evitar preguntarme si fue buena idea que salieran sin nosotras. Al principio, pensaba que sí, pero viendo que ya son las nueve de la mañana y que no hay rastro de ellos... Tampoco contestan a las llamadas.
Le dirijo una mirada a Tina, que está mordiéndose la uña del pulgar y tiene el ceño fruncido.
—Seguro que la fiesta se ha alargado sin más —digo para convencernos.
Sin embargo, la imagen de un hombre vestido de negro acechando a Kari me ronda por la mente. Espero que solo sea fruto de mi imaginación y que no tenga nada que ver con esto.
—No nos queda más remedio que confiar en ello. —Suspira.
No queremos dar la voz de alarma a su familia, aunque siendo hija de Sammuel Russell tardarían menos de veinticuatro horas en localizarla —en caso de que no aparezca pronto—; no obstante, esta es nuestra última opción.
—Giorno.
Dante aparece en la cocina del yate con una cajetilla en la mano, y no puedo retener el recuerdo del beso de ayer y de las ganas que tenía de continuar en cualquiera de nuestros camarotes. Pero el cansancio pesaba más y mi cabeza le daba vueltas a que mi amiga estuviese en un país extranjero saliendo de fiesta sin la seguridad que nos proporcionamos entre nosotras. Quería confiar en Mattia, aunque debido a su personalidad no podía hacerlo, no al cien por cien.
Y no, no fui a su camarote —por si te lo estabas preguntando—.
—¿Sabes dónde está tu hermano? —pregunta Tina.
Él se queda unos segundos observándola, pero la expresión de mi amiga es firme y exige respuestas.
—¿Acaso no han regresado? —Se extraña.
—No hay señales de ninguno —añado.
Entonces vuelve la vista hacia mí y lo que comienza con una mirada de reconocimiento termina acalorándome desde dentro provocando que mis mejillas se sonrojen.
Trago saliva y le doy un sorbo al té que me he servido al subir. Desvío la mirada porque no quiero que el tema de Kari quede cubierto por esta atracción/tensión que siento por él.
Dante lanza la cajetilla a la mesa y saca su teléfono. Se aleja hacia la barandilla y parece hacer una llamada.
Dejo de mirarle y me concentro en el tablero. Tina me observa y no creo que tarde mucho en hablar, si no, no sería ella.
—¿Qué te traes con este?
No le he contado a nadie mi pequeño escarceo con el italiano; ni el del balneario ni el de anoche.
—¿A qué te refieres?
Sé que no la engaño, y ella también.
—A que al principio os llevabais como el perro y el gato y entonces hicisteis una tregua. Pero mi sexto sentido me dice que tú y él habéis hecho cositas. Cositas guarras.
Consigo aguantarme la risa y cojo aire antes de confesar.
—No te alejas mucho de la verdad —musito mirando al suelo.
¿Desde cuándo me da vergüenza hablar de mis líos con Tina? Supongo que en realidad tiene más que ver con la persona con la que he compartido besos que por ella.
Tina se alza de la silla con una expresión de sorpresa digna de Kari.
—¿¡Desde cuándo!?
Le cuento que todo empezó con un intento por nuestra parte de llevarnos mejor, algo que hizo que entráramos en confianza y nos conociéramos como algo más que Dante, el trajeado, y Altea, la gruñona.
ESTÁS LEYENDO
El verano que fuimos
RomanceCuando la vida te pone obstáculos y tú no consigues superarlos, ¿qué puedes hacer? Esto mismo es lo que se pregunta Altea cuando sus amigas deciden pasar el verano junto a los hermanos Stracci. Pero ella, nunca de los jamases se dejará engatusar por...