CAPÍTULO 17

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Recogemos a Tina en el aeropuerto un par de horas más tarde. Y ya estamos todos. Bueno, todos menos Raffaele. Dante nos explica que ha tenido que acudir con urgencia a atender la empresa de sus padres, pero que en unos días volverá a estar libre.

Y a mí no se me olvida lo que ha ocurrido en la cabina. No entiendo italiano ni por qué el capitán ha reaccionado de esa manera. Me estaba alertando de algo, pero no he llegado a entender de qué. Además, el italiano tampoco se ha molestado mucho en decirme qué narices ha dicho. Era algo que yo no hubiese querido escuchar, estoy segura. Aunque no creo que fuese algo importante.

Achuchamos a Tina un montón, hasta Mattia se une a ese entresijo de besos y brazos lanzados a su cuerpo. Le entregamos la cesta —que le encanta— y promete compensarnos en algún momento.

Dante nos observa con una pequeña sonrisa a unos metros de distancia y no puedo evitar mirarle de reojo. Destila presencia y respeto, es algo de lo que no me había dado cuenta que tiene efecto en los demás a parte de en mí. Pero sigue teniendo ese halo de intriga, de inquietud que todavía no he descubierto a qué se debe.

—Necesito un masaje de pies —suelta Tina cuando nos desabrazamos y con gesto de cansancio—. Estoy muerta, de verdad.

Salimos del aeropuerto y nos metemos en el gran coche negro y de cristales tintados de los hermanos.

Apenas me doy cuenta de cuándo llegamos al puerto.

Al bajar del vehículo, nos encontramos con el capitán, que nos espera para despedirse. No ha intercambiado más de un par de palabras con nosotras desde lo ocurrido en cabina. No debería darle demasiadas vueltas. Creo.

El hombre se va, esquivando la penetrante mirada de Dante. Me molesta que sea tan insistente con él, ¡no ha hecho nada del otro mundo!

Subimos al yate y comenzamos a cambiarnos. Kari, Tina y yo nos metemos en el mismo camarote para ayudarnos entre nosotras. Y después de varias combinaciones, salimos de él y subimos a la cubierta, donde los chicos nos esperan.

Ya es media tarde y decidimos cocinar algo mientras disfrutamos de la piscina. Algo así como una barbacoa en el jardín.

Kari, Tina y Mattia se enzarzan en una competición por hacer el mejor sazonador de carne. Yo me sirvo una copa de vino y Dante anda detrás de mí hasta que llegamos al borde de la piscina, donde me siento e introduzco las piernas en el agua cristalina.

Él da un par de pasos más, hasta apoyarse en la barandilla, donde saca una cajetilla de tabaco. Ante su propósito, pongo cara de asco. Y si él se da cuenta, le da igual, porque saca un cigarrillo y se lo enciende.

Le doy un sorbo a la copa y me alejo unos metros para que el humo de su cigarro no me llegue. Y ahí es cuando parece notarlo. Me mira atento, después desvía sus ojos hacia lo que sujeta entre los dedos y se gira quedando frente a frente con el mar. Apaga el pitillo aplastándolo contra la barandilla y se guarda la colilla en un bolsillo.

No puedo controlar la sonrisa que se estira en mi cara y me ciño a mirar mis piernas, que balanceo dentro del agua.

No hemos hablado de lo que ocurrió en el balneario. Parece que ninguno de los dos tiene intenciones de hacerlo. Sin embargo, no es la primera vez que me pregunto si en algún momento se volverá a repetir.

A ratos creo que soy idiota. Quiero decir, nos enrollamos y ya está, sin más pretensiones. Pero… desde que los hermanos están con nosotras, me ha parecido captar alguna que otra mirada escaneadora. Como si quisiera ver lo que hay debajo de la ropa como, por ejemplo, ahora.

Él sigue con su traje, no como Mattia, que ha tardado cero coma en cambiarse el atuendo por un divertido bañador con estampado de sandías.

Lo cierto es que, con el calor que hace ahora, Dante se tiene que estar asando por dentro. Puede que lo que no quiera es deshacerse de ese aura de “soy importante” y que lleve las dos piezas de vestir para mantener su presencia de tipo rico e insoportablemente atractivo.

El verano que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora