CAPÍTULO 11

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Aunque está apunto de cumplir una semana desde mi fatídico accidente, la tensión que hay en mi casa no se ha disipado con el tiempo, cosa que de verdad pensaba que iba a ocurrir. Como cuando hemos tenido otro tipo de enfados y al rato ya estábamos dándonos todo el cariño que antes, por orgullo, no nos habíamos concedido.

Aprovechando que mi madre tiene una reunión en el hospital hasta bien entrada la tarde, he pensado en tender una emboscada a mi padre. Basta ya de esquivarme, sé que está muy cabreado conmigo, pero me duele que solo sea capaz de decirme dos palabras insulsas cada día.

Le he pedido a Amanda, la cocinera, que preparara unas cuantas hamburguesas vegetales, que es de los platos favoritos de mi padre.

Estoy terminando de retocar la mesa de la cocina. Los nervios me pueden. Es una sensación bastante incómoda y espero que hoy quede resuelta.

Perla, que estaba siguiendo mis pasos hasta hace un instante, sale corriendo en dirección a la puerta, y sé que ha llegado el momento.

Veo a mi padre atravesar la puerta de entrada y, aunque debe de estar cansado, recibe a la perra con un cariño que envidio. Me seco las palmas sudorosas sobre mis shorts deportivos, sin llegar a saber si es debido al calor o a mi estado de puro nerviosismo.

Cuando me mira, su expresión se vuelve más adusta, más dura. Y a mí se me atraganta algo entre el estómago y la garganta. Abro la boca, deseando poder entablar una conversación tan natural como las de hace apenas una semana. Carraspeo y vuelvo a probar.

-¿Qué tal estás? Pareces cansado -Sonrío, algo insegura.

-Hoy ha sido un día un tanto agotador, sí. -No me niega la conversación, aunque tampoco la anima a continuar.

Paso veloz por su lado y me sitúo al lado de la mesa, señalándole a ella y, luego, al par de platos ya preparados que hay en la encimera.

-He pensado que te gustaría comer uno de tus platos favoritos. Hace un montón de tiempo que no lo hacíamos y creo que...

-Vaya, ¿has pensado en mí? -Encajo el golpe como puedo, y trago saliva.

-Papá, yo... -Se me atascan las palabras creando un nudo de congoja tremendo. Agacho la cabeza y retuerzo unos dedos contra otros, sin saber qué hacer-. Entiendo que aquello te enfadara, sé que mamá también lo está, pero ella por lo menos me habla -suelto, exasperada.

-Se me ha quitado el hambre -murmura, pasando la cocina de largo, pasando de mí.

Sin rebatir su última frase, salgo de la sala y subo las escaleras hasta llegar a mi habitación. Cierro la puerta, tentada de dar un portazo, pero termino haciéndolo despacio, sin querer llamar la atención. Entro al baño y cierro detrás de mí. Me apoyo en la puerta, escurriéndome hasta el suelo.

Poco tardan en caer las primeras gotas. Apoyo la frente en mis rodillas y las rodeo con los brazos. Un suave lamento se abre paso por mis cuerdas vocales, hasta terminar fuera de mis labios. El llanto comienza lento, pero va cogiendo fuerza.

Nunca he decepcionado a mi padre a este nivel y no sé cómo arreglarlo si no pone de su parte.

Tan sumida en mi miseria estoy, que casi no escucho los toques que llaman desde el otro lado de la puerta. Me sorbo los mocos como puedo y me separo de esta, me estoy poniendo de pie cuando se abre, y mi padre aparece ante mí con expresión arrepentida.

Le mantengo la mirada, sé que ahora mismo debo tener una pinta un tanto desagradable, pero se acerca a mí y me abraza. Apoyo la cabeza en su pecho, paso los brazos alrededor de su torso y aprieto contra mí. Intento contener un sollozo, pero este atraviesa mis fauces. Me acaricia la parte de atrás del cuello con mimo. Me desahogo durante un par de minutos. Cuando creo que ya es suficiente y que podré hablar sin echarme a llorar, suelto mi agarre y me separo. Busco su mirada y me pasa los dedos por los surcos que han dejado las lágrimas. Baja su mano hasta agarrar la mía y aprieta, pero sigue sin decir nada.

El verano que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora