CAPÍTULO 7

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Estoy disfrutando de un episodio de mi reality favorito con Perla tumbada a mi lado en la cama. Ya llevo unas cuantas horas en casa.

Al llegar, mis padres -pero sobre todo mi padre- no han querido separarse de mí, hasta que les he prometido que me iba a tomar unos días de descanso y que ya había avisado en el trabajo. Mi madre me propuso acercarse a llevar la baja, pero le he dicho que no hacía falta. No me atrevo a molestarlos contándoles que me han echado del trabajo, hoy no estoy para eso. Además, no dejarían de preguntar y no me apetece empezar a comerme la cabeza otra vez.

El caso es que he bajado a la cocina a por algo de picar, y he terminado escuchando algo de lo que me arrepiento y a lo que sé que le voy a estar dando vueltas.

Estoy apunto de cruzar el marco de la puerta. Todo el drama de esta familia tan televisiva me pide a gritos comer algo.

-No sé, Julia. ¿Habrá sido por nuestra culpa? ¿Por la mía? Tal vez debería haber pasado más tiempo en casa, tal vez...

Me detengo al oírlo.

-Amor -suelta mi madre con suavidad-, no tiene nada que ver con eso. Hemos educado a Altea para que siempre sepa elegir lo correcto, lo que ella crea que está bien. Pero se nos olvidó pensar en lo más importante.

-¿En qué?

-El factor humano. Por mucho que creamos tenerlo todo controlado, siempre nos olvidamos de él. Porque somos humanos y somos imperfectos, y aunque haya un gran porcentaje de que todo salga bien, todavía queda ese pequeño número de que no. Altea va a cometer errores, se va a caer y tú y yo estaremos ahí para ayudarla a levantarse.

Intento asomarme por el quicio de la puerta sin que me vean. Sabía que estaban enfadados conmigo, aunque el susto haya sido mayor, y por eso prefieren no echármelo en cara. Al menos, de momento.

-Altea es una buena chica. Estudiosa y trabajadora, buena amiga y buena hija. ¿Que lo que ha sucedido esta madrugada ha sido horrible? Sí -La emoción le roba la voz durante unos segundos, hasta que se recompone-. Sé que estás enfadado, yo también lo estoy. Pero tenemos que pensar en que ha tenido la mejor suerte del mundo, cuando quien sea que la ha salvado, la ha visto. Si no, quién sabe qué tipo de conversación estaríamos teniendo. Quizás la guardia costera estuviese buscando su... su cuerpo, tal vez estaríamos eligiendo el ataúd o las flores.

Mi padre no contesta, parece darse cuenta de que había opciones mucho peores.

-Está claro que los tres hemos aprendido una gran lección. Pero, sobre todo, ella, amor.

Mi padre hace un gesto afirmativo con la cabeza, y entonces se abrazan. Y a mí se me han quitado las ganas de comer nada.

Vuelvo en silencio a mi habitación con una sensación extraña y de culpabilidad. Cierro la puerta con cuidado y cojo el móvil de encima de la mesilla. Me meto en WhatsApp y miro la decena de mensajes que tengo.

Aunque tenemos un grupo las tres juntas, Kari y Tina me han hablado por privado. Una muy preocupada y la otra bastante cabreada. Pienso en contestar, pero no me veo con fuerzas de discutir sobre la estupidez tan grande que he cometido. Sin embargo, algo ha llamado mi atención. Si el médico ha dicho que cuando llegó la ambulancia a la playa ya me habían practicado el masaje cardíaco, ¿quién me habrá sacado del agua?

Y desde entonces, no dejo de darle vueltas. Puede ser que coincidiera con alguna persona que supiera realizar las maniobras pasara por allí, pero... ¿por qué no ha esperado a que mi familia se lo agradeciera? Tengo claro que mi vida no tiene precio, ninguna lo tiene, pero es cierto que podíamos haber agradecido el acto con un montón de dinero o lo que fuera que nos pidiese.

Quizás fuese un acto meramente altruista. Sí, será eso. Pero me gustaría mucho agradecerle, al menos, que hoy día estoy viva gracias a ella.

A la hora de la cena, comemos y decidimos ver una película de comedia en el salón. Todos lo necesitamos, parece que todavía llevamos el susto encima. Mi padre no me dirige mucho la mirada, y eso me hace sentir el doble de culpabilidad. Sé que no lo hace aposta, que necesita tiempo para pensar en lo que le ha dicho mi madre. Y aunque estoy segura de que han hablado mucho más, su estado de ánimo parece no haber cambiado demasiado.

Elegimos una de Adam Sandler, «Juntos y revueltos». Mi madre y yo adoramos esta grabación, ya he perdido la cuenta del número de veces que la hemos visto, pero el efecto sigue siendo el mismo.

Al acabarla, siento la irrefrenable sensación de que ya sé qué voy a hacer.

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¿En qué estará pensando? Que nunca se sabe con Altea... 👀

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El verano que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora