Hace tiempo que no escucho mi propia tos, ni siquiera siento ese dolor que me provocaba. Estoy como en el limbo, una especie de nube, y no dejo de pensar en aquel espacio tan tranquilo en el que he estado. El silencio, la calma, el no sentir mi propio peso... Nunca me había sentido así de ligera y libre. Y sigo sin abrir los ojos, los párpados me pesan demasiado.
No sé cuánto tiempo después, soy consciente de un pitido de lo más molesto que consigue llamar mi atención y termino por abrir un ojo.
Como todo lo que veo está borroso, abro el otro y pestañeo varias veces hasta que consigo aclarar mi vista, aunque me es imposible hacerlo al cien por cien.
Intento incorporarme, pero algo me tira del brazo. Una intravenosa conectada a una pequeña sonda que va desde mi extremidad a una bolsa de suero situada a mi derecha. Al otro lado, una especie de bomba de oxígeno, que está conectada mediante un tubo a la mascarilla facial que me cubre la mitad inferior de la cara.
Se abre la puerta del cuarto y entra una enfermera mirando una serie de papeles que, al darse cuenta de que estoy despierta, me sonríe. Revisa algo en el monitor -de donde salen estos desquiciantes pitidos-, y me avisa de que va a llamar al doctor.
Minutos después, aparece él junto a otras dos personas que me dirigen miradas entre consternadas, preocupadas y defraudadas, pareciendo así, que no saben por qué sentimiento decantarse.
«Auch».
Cierro los ojos, no quiero sentir esto -la desaprobación que percibo-, no de ellos.
El colegiado se sitúa a mi lado, volviendo a comprobar lo mismo que con anterioridad hizo la enfermera.
-¿Cómo te encuentras?
Abro la boca, pero no sale nada. Toso, y el médico me ofrece una vaso de agua que tenía en una mesilla a mi lado y que no había visto antes.
Me aparta la mascarilla facial, y el doctor me pide que me incorpore y beba despacio. Tras terminarlo, carraspeo para aclararme la garganta.
-Me escuecen las fosas nasales -comento, arrugando la nariz. Es muy molesto.
Este sonríe y se dirige a mis padres.
-Unos minutos más, y los daños podrían haber sido irreparables.
-¿Qué tipo de daños? -pregunta mi madre. Ninguno de los dos ha sido capaz de dirigirme la palabra aún.
-Infecciones, daños en los alvéolos, y podemos hablar incluso de la muerte... -Me encojo en la camilla y siento que los ojos se me aguan-. No ha habido ahogamiento secundario, por lo que realizarle las maniobras de reanimación ha tenido que ser más sencillo.
Se hace un pequeño silencio. Solo se escucha el sorber de mis mocos, que están bastante líquidos e intentan bajar continuamente, y el dichoso aparato de los pitidos.
Miro a mi padre, que tiene la mandíbula apretada y observa al doctor sin decir ni una sola palabra.
Y ya no puedo más.
-Papá... -comienzo a lloriquear, asustada por lo que podía haberme ocurrido.
Esto provoca su reacción, se sienta en la camilla y me cobija entre sus brazos. Apoya la cabeza encima de la mía y comienza un suave balanceo.
Mi madre se acerca rápido y se agacha justo enfrente de nosotros. Me frota el brazo con la escayola -sin apretar-, intentando reconfortarme. Elevo la cabeza y veo su mirada acuosa provocando que mi lloro se vuelva más hiposo.
-Mamá...
Mi padre abre un espacio entre él y yo, y ella se cuela formando así un abrazo a tres en el que compartimos el susto -porque podría no estar aquí ahora mismo, porque podría haberme muerto-, y el alivio.
***
Cuando ya nos hemos calmado, el doctor -que se había marchado para darnos intimidad-, vuelve. Nos explica que me tienen que hacer unas pruebas para comprobar en qué estado se encuentran mis pulmones por si deberían cambiar mi medicación a algo más fuerte, y que por la mañana ya estaré de vuelta en casa.
Los tres -el doctor y mis padres- salen a comentar al pasillo. Las pruebas empezarán en breve y el colegiado prefiere que no estén en la habitación.
Antes de irse, me ha vuelto a colocar la mascarilla facial, aunque en un rato me la volverán a quitar.
Me miro las manos y juego con mis dedos. ¿Será esto una segunda oportunidad que me está dando la vida? No logro quitarme la pregunta de la cabeza. Al fin y al cabo, como ha dicho el doctor: «unos minutos más y no lo cuento».
Lo recuerdo todo borroso, sé que estaba en la playa, me dio por meterme en el mar, pero ¿en qué momento se me fue tanto la cabeza? ¿A la tercera copa? ¿A la cuarta?
«Irresponsable».
Esta palabra se me cruza por la mente desde que he visto la primera mirada que me han clavado mis padres. Ellos confiaban en mí. Sabían que yo no era la típica adolescente que cometía estupideces de este calibre. Y todo por culpa de... de... el puto trajeado. Si no me hubiera retado, quizás seguiría con mis amigas en el pub.
La rabia y el enfado me nublan la vista.
Ese malnacido... no me lo quiero volver a cruzar en la vida, porque como lo haga ¡no respondo!
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Altea y Dante no han quedado en buenos términos :(; ella le culpa ya no solo por perder su trabajo, si no por provocar que bebiese más de la cuenta 🙊
¿Estáis de acuerdo con ella? 🤔
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El verano que fuimos
RomanceCuando la vida te pone obstáculos y tú no consigues superarlos, ¿qué puedes hacer? Esto mismo es lo que se pregunta Altea cuando sus amigas deciden pasar el verano junto a los hermanos Stracci. Pero ella, nunca de los jamases se dejará engatusar por...