Samuel ama el silencio, excepto cuando tiene sus auriculares puestos.
Isaac lleva años conviviendo con el ruido y está acostumbrado a él.
Samuel apenas sale de casa y su habitación es su refugio.
Isaac tiene dos trabajos y pasa más tiempo fuera que...
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-Isaac-
Estoy preocupado por Samuel. Muy preocupado. Más preocupado de lo que he estado por alguien en mi vida. Sin contar a mi familia, por supuesto.
Verlo a punto de derrumbarse delante de mí mientras me confesaba me rompió el corazón. Ni siquiera me preocupaba el hecho de ser rechazado, solo quería saber que iba a estar bien. Y lo sigo queriendo. El problema es que no hay manera de saberlo.
Samu lleva una semana sin venir a clase. Por si fuera poco, no contesta a mis mensajes. De las llamadas ya ni hablemos. Estoy inquieto. Me preocupa que por mi culpa haya decidido tomar una decisión extrema, como abandonar las clases o cortar de raíz nuestra amistad.
Debería haberme callado. No sé por qué me confesé tan pronto, pero no pude evitarlo. Sabía que besarlo sería demasiado arriesgado, y tampoco quería espantarlo. Se ve que lo he hecho de todas formas.
Suspiro mientras avanzo por el pasillo del instituto hacia el aula. Quedan pocos días para que nos den las vacaciones de Navidad y la cena de Nochebuena está a la vuelta de la esquina. Debería haber empezado con los preparativos, pero el tema de Samu me ha tenido distraído.
Al llegar a clase me detengo en seco a medio camino. Ahí está el chico rubio con la capucha puesta, las manos en los bolsillos y unos auriculares conectados a un móvil sobre la mesa. Como siempre hace y razón por la que sospecho que escogió ese asiento en primer lugar, observa el paisaje de la ventana a su derecha. La emoción invade cada célula de mi cuerpo y sin dudar me aproximo a él.
Lo primero que necesito saber es que no ha pasado nada malo, de manera que cuando me siento me tomo unos segundos para observarlo. Los ojos de Samu se cruzan con los míos y se quita los auriculares de inmediato. Sé que está esperando a que diga algo, pero sigo ocupado contemplando su cara preciosa.
Lo había echado tanto de menos.
—Hola —dice él en un susurro. Habla casi con miedo, como si dudara de si todavía quiero seguir siendo su amigo.
—Hola. —Tengo muchas cosas que preguntarle, pero con saber una, la más importante, me doy por satisfecho—. ¿Estás bien?
El chico vacila antes de hablar. Se lo ve confuso y, por encima de todo, inquieto.
—Um... Sí. Quería disculparme por lo del sábado.
—No tienes que disculparte —insisto con sinceridad—. Fui yo quien se sobrepasó. No debería haberme tomado la libertad de declararme así como así.
Samu cierra los ojos por unos instantes y arruga la frente. Qué guapo es. Jamás dejará de fascinarme la delicadeza de sus rasgos y la armonía de sus expresiones. Incluso cuando algo le perturba su semblante sigue siendo perfecto.
—Sea como sea —empieza tras volver a abrir los ojos y comenzar a jugar con sus propios dedos—, arruiné la tarde para los dos y lo siento mucho. De verdad.