[32] Ours

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-Isaac-

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-Isaac-

En la sala de espera hay otras diez personas que hacen tiempo de cualquier manera. Unos se muerden las uñas, otros revisan sus móviles, y varios como yo nos entretenemos mirándonos unos a otros. Ya han pasado casi veinte personas por esa puerta que está ahora cerrada y la mayoría han salido con caras de póker. No sé qué esperar.

No sabía que esta academia tenía tanta demanda, pero no me extraña. Es la primera opción para todo el mundo —si pueden permitírselo, pues barata no es— que quiere desarrollar sus destrezas musicales. Como tal, es evidente que su alta reputación se traduce en la dificultad del proceso de contratación. Solo los mejores enseñan en la academia Clave de Sol y estoy dispuesto a ser uno de ellos.

Justo cuando creo que nos van a hacer marcharnos para continuar con la prueba otro día, una mujer vestida de traje asoma la cabeza por la puerta y llama mi nombre.

—¿Isaac Gallego?

Me levanto de la silla de plástico de un salto y con una sonrisa sigo adentro a la mujer. Me toca soportar las expresiones envidiosas del resto de presentes, quienes están hartos de esperar su turno.

Una vez cierro la puerta detrás de mí, el silencio se pronuncia en cada una de las esquinas de la habitación con paredes blancas. Hay un ventanal cerrado al fondo, un piano de cola a mi izquierda y una mesa con cuatro personas a mi derecha, colocados frente al instrumento.

—Buenos tardes —saludo de manera formal y me acerco para estrecharle la mano a los presentes, tres mujeres y un hombre.

—Buenas tardes, Isaac. Soy Madison, la directora de esta academia —explica la mujer más mayor con un marcado acento británico—. Acudes por el puesto de profesor de piano, ¿cierto?

Asiento y la mujer revisa unos papeles.

—Perfecto. El instrumento es tuyo a partir de este momento. Tócanos la pieza que quieras y nos encargaremos de valorar tu propuesta.

Vuelvo a asentir y camino hasta sentarme en la banca frente al piano. Alineo los pies con los pedales, coloco los dedos sobre las teclas y tomo una bocanada de aire profunda.

—La pieza es de mi invención y se llama "Precioso" —digo con una sonrisa—. Me inspiré en mi novio para componerla.

Recibo un gesto de la directora para que comience. Sin esperar un segundo más toco la primera nota y como por arte de magia desconecto de la realidad. Ahora solo somos el piano, la melodía y yo.

La pieza que compuse para Samu conserva gran parte de lo que grabé en mi móvil hace unos meses. He mantenido la idea original: notas calmadas que van in crescendo hasta desembocar en una melodía vivaz. Dura casi cinco minutos y en ningún momento se me hace largo o exhausto. Fluye como un río, como si la pieza fuera la que es de manera natural y no necesitara retoques.

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