-Samuel-
Me he pasado todo el día con la cabeza en otra parte. Al volver a casa almorcé, hablé con mis padres por teléfono sobre lo complicado —y agobiante— que es volver a clases presenciales y me retiré a mi cuarto. Y aquí estoy, tumbado en la cama con la mirada fija en la lámpara que cuelga del techo y casi rasgando la funda de la almohada de los nervios.
Desde que lo de mi ansiedad social empeoró he experimentado ciertos efectos que el contacto con el exterior provoca en mí. Lo primero es que, al llegar a mi habitación y recorrer las cuatro paredes con los ojos en un vistazo rápido, el estrés que cargo se disipa y soy capaz de respirar de nuevo. Lo más parecido que he vivido y la forma en la que me lo explicó Sasha una vez es como cuando comienzas a ahogarte bajo el agua. Pierdes la respiración, tu cuerpo sufre las consecuencias de ello y luchas con todas tus fuerzas por salir. Una vez que sales a la superficie y tus pulmones se llenan de oxígeno de nuevo vuelves a la vida. A mí me pasa algo parecido, solo que al revés: es lejos del exterior donde puedo respirar con normalidad.
Lo segundo que me pasa muy a menudo es que la ansiedad no se marcha del todo y deja rastros en mí el resto del día. Es como un dolor constante en el pecho, una señal de que por alguna razón no todo va de la manera que me gustaría. He salido de mi zona de confort y mi cerebro lo detecta como peligro, eso significa que va a estar alerta por unas horas más en caso de que ocurra de nuevo.
Y lo malo es que las clases, como es evidente, son diarias. Tengo que acudir al instituto día tras día, exponiéndome a lo que llevo evitando durante años y pretendiendo que es fácil. Porque lo es, solo que no para mí.
Esto, queridos amigos míos, es poco comparado con la gran imagen que compone la ansiedad social. Uno puede leer mucho en Internet —si investigas, de lo contrario la escucharás de pasada en alguna serie o película y eso si tienes suerte—, pero vivirlo es algo totalmente distinto.
Suspiro, me coloco de costado sobre la cama y muevo el móvil conmigo. Tengo conectados los auriculares y la lista de reproducción de Taylor Swift —qué sorpresa— suena a través de ellos. Mentiría si dijese que este no es mi día a día.
Cuando me canso de mirar el armario y pretender que estoy en un video musical, desbloqueo el teléfono y reviso las pocas notificaciones que tengo. Un correo del instituto Europa dándome la bienvenida al centro, un aviso de que Taylor ha publicado un tweet nuevo —qué raro, algo debe estar tramando— y por último un mensaje de texto. Se trata de una de las pocas personas que me escriben a diario, por no decir la única.
Ale: ¿Qué tal el primer día de clase?
Alejandro es mi mejor amigo, a pesar de que no sé si yo soy el suyo. Lo considero el mío aunque no se lo haya dicho nunca. Es una persona muy importante para mí porque me respeta y entiende un poco lo que se me pasa por la cabeza.
Quizás la razón detrás de eso es que nos conocimos en la consulta de Sasha, mi psicóloga. Alejandro tiene TOC y lleva ya un tiempo yendo a terapia, pero no coincidimos hasta el año pasado. Cabe decir que fue él quien se interesó por mí, porque de lo contrario ni siquiera habríamos cruzado una palabra. No por nada, sino porque el año pasado yo estaba mucho peor.
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Llámalo como quieras [✔]
Fiksi UmumSamuel ama el silencio, excepto cuando tiene sus auriculares puestos. Isaac lleva años conviviendo con el ruido y está acostumbrado a él. Samuel apenas sale de casa y su habitación es su refugio. Isaac tiene dos trabajos y pasa más tiempo fuera que...