[30] Lover

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-Isaac-

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-Isaac-

La mirada que me da Andrea cuando entro al local es distinguible. Sabe a qué he venido, aunque le cueste asimilarlo. La verdad es que para mí tampoco será fácil dejar de verla cada fin de semana y compartir conversaciones casuales mientras ella se fuma un cigarro y yo descanso contra las paredes de ladrillo del exterior del edificio.

Me acerco hasta el taburete en el que está sentada y le doy un par de palmadas suaves en el hombro.

—¿Qué tal?

—Estaba bien hasta que has aparecido y he recordado que me dejas tirada.

No me lo tomo muy en serio porque Andrea bromea más que habla. Aun así, sé que está disgustada ante el hecho de que ya no trabajaremos juntos.

—Alégrate por mí, voy a perseguir el puesto de mis sueños.

—Me alegro, lo sabes, pero es más que probable que el siguiente segurata no sea ni la mitad de bueno que tú.

Le agradezco el comentario con un abrazo rápido, ya que el jefe aparece detrás de la barra y nos separamos para encararle. Bueno, más bien yo le encaro. Andrea se hace la loca y se mira las uñas en un intento por escuchar la conversación sin que le llame la atención.

—¿Y bien? ¿Qué me tenías que decir, Isaac?

Fabio, nuestro jefe, no es un hombre que se ande con rodeos. Prefiere ir de frente en cada aspecto de su vida, de manera que el laboral no iba a ser menos. Por esto no me voy por las ramas y digo:

—Voy a renunciar.

No es una sugerencia ni una petición, sino un hecho. Dejo el trabajo. Llevaba meses queriendo hacerlo, pero mi situación económica no era la mejor. Ahora con el título de bachillerato que oficialmente tengo puedo optar al puesto que siempre he querido, y es muy lejano a esta discoteca.

—Genial, no te iba a renovar el contrato de todas maneras. ¿Algo más?

Ni siquiera pestañea, lo que me confirma lo que ya sabía: le damos absolutamente igual. Nos puede reemplazar en un abrir y cerrar de ojos sin importar el tiempo y el esfuerzo que hayamos dejado aquí.

Mis ojos caen en los de Andrea y lo veo. Un brillo salvaje, uno que no indica nada bueno. Lo acompaña de una sonrisa cuando gira el cuello y se dirige a mi jefe para decir:

—Yo también renuncio.

Me quedo mirándola de hito en hito. ¿Acaso se ha vuelto loca? Espero que no lo esté haciendo por mí, me sentiría demasiado culpable de ser así. Contemplo a mi jefe y su expresión se ha endurecido. Puede que perder a un empleado le dé igual, pero perder a dos en un periodo de cinco minutos le llega a molestar hasta a él.

—¿Os habéis puesto de acuerdo o qué? —es lo único que comenta.

—Qué va. Isaac va a ser profesor de academia y yo estoy harta de trabajar aquí.

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