Christian

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Era difícil para mí. Un trabajo de medio tiempo, universidad por las mañanas, aún no comprendo cómo pude sobrevivir a eso, yo sólo tenía 23 años. Aunque ya estaba acostumbrado a no dormir, era difícil.

Recuerdo la primera vez que llegue a la ciudad, ¿Cómo no? Estaba aterrado, contando el dinero por las noches sin saber que iba a comer, hasta que conocí a una amigo y me ofreció trabajo de medio tiempo en la cafetería de sus padres. Así que ahí comenzó todo. Por las mañanas un estudiante en el campus, por las tardes mesero de una acogedora, y muy concurrida cafetería.

Aún recuerdo la primera vez que la atendí, me quedé como embobado. Su ropa me gritaba a leguas que debía trabajar en alguna oficina. Era joven, piel bronceada, sabía que no debía ser muy alta, y una sonrisa que te transmite una paz casi divina.

Con el tiempo me di cuenta que siempre iba a comer ahí, pero nunca me atreví a hablarle. Ella era demasiado bella, y yo sólo un chico que había tenido un crush con una hermosa chica, no sería el primer bobo en ser rechazado por una chica como ella. Y el momento en que supe que no debía acercarme, fue cuando Miranda vino a mi, mi compañera notó mi interés por aquella chica. A Max Bowers no le gustaría que alguien observé a su chica de esa forma.

—¿Su chica? —pregunté confundido.

—Su chica —afirmo seria— Max las marca de cierta forma. Todos saben que las chicas de Max Bowers no pueden estar disponibles, ni siquiera cuando él las ha terminado.

—¿Y quién putas es Max Bowers?

—Un hijo de perra muy inteligente. Siempre el blanco de investigaciones policiales que tiene que ver con drogas y pandillas, a veces asesinatos. Todos saben que él es culpable, pero la policía no puede atraparlo porque el imbécil nunca deja pruebas de algo.

Con el pasar de los días sólo pude percatarme de dos cosas: yo le gustaba a Miranda, y aquella chica linda evitaba cualquier tipo de contacto con cualquier persona, y los demás también la evitaban. Pero había algo en ella que me inquietaba. Mi compañera insistía en que dejara de verla a través del cristal que dividían las mesas y la cocina. Ella nunca me notaba, así que yo me tomaba la libertad de apreciarla las veces que quisiera.

Después de unos meses decidí darle la oportunidad a Miranda, a veces debes plantar los pies sobre la tierra, y apreciar a las personas de tu alrededor. Yo tenía claro que mi compañera no me gustaba, y obviamente no iba a salir con ella sólo para complacerla, solo creía que me caería bien salir de vez en cuando, aunque prefería dormir en mis tiempos libres. Entre la escuela y el trabajo, era realmente difícil encontrar un punto medio que me diera paz. Así que en unos meses, yo estaba agotado.

—Me sorprende que no hayas querido cambiar de apartamento, las personas no duran ni tres meses ahí —me dijo la señora que cuidaba el edificio departamental, mientras yo revisaba mi correspondencia.

—¿Por qué? —la mujer soltó una risita.

—Por los vecinos ruidosos, ese piso parece un manicomio. Primero la música metal del otro lado del pasillo, el perro que toda la noche ladra al lado de ese apartamento, y finalmente la pareja que todo el tiempo se pelea y discute —yo le sonreí.

Claro que había escuchado eso, y hasta más: fiestas constantes, un chico gritando a su novia que era una puta, cosas rompiéndose, golpes y llantos, y los chillidos de un perro adulto que se quejaba por cualquier mínimo ruido.

—Me he hecho inmune. A veces llegó agotado y sólo pongo mi música y me tiro a dormir, o estoy tan ocupado haciendo tareas que no lo noto. Cómo sea, la renta en ese piso es más baja, y a mí me ayuda eso.

La señora me sonrió, comprensiva. Después tuve un contacto con la chica de mis sueños, pero no de la forma en que yo lo quería. Estaba demasiado presionado, no había descansado mucho esa semana. Cuando me acerqué a pedir su orden yo perdí el sentido, y cuando desperté estaba ella de rodillas a mi lado, igual que Miranda, algunos clientes y compañeros.

—Deberías ir a descansar chico —me dijo. La primera vez que me hablaba sin la intención de pedirme comida. Yo le sonreí como bobo, ella hizo lo mismo y entonces todos regresaron a sus mesas.

—Gracias, pero no lo creo —entonces se levantó, ella y Miranda me ayudaron a levantarme también, ahí pude tener una mayor visión de lo que era ella. Una mujer algo baja, que sus tacones le ayudaban a llegar apenas a mi hombro, y esos eran unos grandes tacones.

—Tu novia ya le llamó a tu jefe —dijo intercambiando su mirada entre mí y Miranda— estoy segura que te darán el día. Sólo ve a descansar y ya me atenderán a mi.

No entendí a qué se refería por novia, hasta que Miranda habló.

—Vamos cariño —lo dijo en un tono soberbio sin apartar la mirada se la chica— debes descansar.

—Soy Christian —pude formular, ella asintió con una sonrisa de lado.

—Soy Allison.

Miranda me jaló, y me llevó de vuelta a la cocina. Ahí tomé algo de agua, y en diez minutos yo estaba de vuelta en mi apartamento, listo para dormir. Mis jefes me pagarían el día como laborable.

Unos meses después, el contacto con ella seguía siendo el mismo, sólo ahora yo me tomaba la libertad de sonreírle más de la cuenta, y ella me regresaba esas sonrisas amables. Nunca me vi en la necesidad de aclarar lo que pasaba con Miranda, lo probable era que ella ni siquiera quisiera saberlo.

Un día regresé a mi apartamento después de las compras, un sábado por la noche. Desde que puse un pie en ese piso se escuchaban los gritos ahogados y el llanto, así como la ira del hombre. De nuevo la pareja discutiendo. Claro que me sentía mal por la chica, pero era inútil hacer algo, como llamar a la policía, porque ella siempre lo terminaba defendiendo. Al menos eso me decían mis vecinos, o la señora que cuidaba la puerta.

—Es muy triste ver cómo chicas tan jóvenes se desgastan por patanes, pero no podemos hacer algo si las víctimas no entienden que necesitan ayuda.

Pero esa vez fue diferente. Porque mientras trataba de darme prisa para entrar en mi apartamento, la puerta de mis vecinos se abrió, y la chica fue empujada al pasillo, mientras él tipo cerró la puerta de nuevo, quedándose dentro. No vi la cara del hombre, pero cuando ella levantó la mirada, directo a mí, me quedé helado. Mi vecina, la mujer a quien maltrataban constantemente a mi lado, era la chica de la que vivía enamorado desde que llegué.

Ella me reconoció, lo pude ver en esos ojos llenos de lágrimas, yo estaba paralizado, y creo que ella también. Allison, la chica que me ayudó hace unos meses sólo se levantó y salió corriendo rumbo a las escaleras. Mi instinto me pidió seguirla, y dejando las bolsas de mis compras en el suelo, corrí detrás de ella.

One Shots Ramm (Rammstein)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora