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Chen Yongnan llamó a dos rickshaws. Uno para él y su esposa, Fang Xin, y otro para Wen Bao, que venía detrás de ellos. No muy lejos, la imagen de un joven con ropa blanca y delicada, sentado con los hombros caídos y el rostro lleno de tristeza, hizo que Yongnan se preocupara y lo mirara repetidamente.

—¿Conoces a Qing Yi, la protagonista de la obra de teatro del maestro Yang? —preguntó Fang Xin con curiosidad mientras el rickshaw los llevaba de regreso a casa. Yongnan asintió y comenzó a contarle a su esposa la amarga historia del niño, ocho años atrás.

—Llevé a Wenbao a la compañía de ópera del maestro Yang porque no sabía dónde más podrían cuidar a un niño de esa edad. Debido a la guerra, lo olvidé por completo. Esa es mi culpa —suspiró Yongnan. Agradecía al destino por haber decidido llevar a Fang Xin a distraerse, lo que los llevó a encontrar a Wenbao nuevamente. De no ser así, no se atrevía a imaginar cuán terrible habría sido la vida del niño en comparación con el pasado.

—La vida de ese niño es verdaderamente trágica, pero no creo que debas culparte por haberlo olvidado. Estabas trabajando por el bien del país y no podías enfocarte en una sola persona —dijo Fang Xin, consolando a su esposo al notar su rostro abatido. Ella le tocó el hombro y le sonrió con comprensión.

—Ahora el cielo ha decidido que lo encuentres y lo ayudes de nuevo. Eso es una bendición —agregó Fang Xin.

Yongnan miró a su esposa con profunda gratitud. Aunque su matrimonio había sido una necesidad por sus obligaciones familiares, Fang Xin le hacía sentir que era afortunado al tener a una mujer tan sabia y de buen corazón a su lado.

—Si pidiera cuidar a Wenbao, como le prometí cuando era un niño, ¿te opondrías? —preguntó Yongnan. Su esposa negó con la cabeza y le sonrió.

—¿Cómo podría oponerme? Nuestra casa es lo suficientemente grande y me siento sola. Cuidar de una persona más no será un problema. Incluso será agradable escuchar ópera todos los días cuando no estés en casa —respondió Fang Xin.

El rickshaw se detuvo frente a una casa grande, oculta de las miradas ajenas y resguardada por guardias militares. Wenbao temblaba mientras bajaba del rickshaw. Miró a su alrededor, asombrado al darse cuenta de que estaba frente a la residencia del Primer Ministro Chen Jinghe y su nieto. Al ver a Yongnan de pie junto a su esposa, Wenbao se sintió inquieto, sin saber qué le deparaba el destino.

—Pobre niño, tiembla como un pajarito —dijo Fang Xin con compasión, acercándose y tocando suavemente el hombro de Wenbao.

—Entra a la casa primero, luego hablaremos —añadió. Wenbao se maldijo a sí mismo por estar tan distraído ese día. Sus ojos dulces y alargados se movían con confusión hasta que Yongnan asintió, dándole confianza.

—Ven, Wenbao, entra a nuestra casa —dijo Yongnan.

Las palabras de Yongnan llenaron el corazón de Wenbao de emoción. Sin vacilar más, siguió la espalda ancha de Yongnan, quien caminaba junto a su esposa. Wenbao ya no se preocupaba por lo que le depararía el futuro, mientras estuviera a salvo bajo el cuidado de ese soldado, aunque su corazón doliera un poco por aquella mujer.

—Siéntate —dijo Fang Xin, invitando a Wenbao a tomar asiento en un conjunto de muebles para huéspedes al llegar a una pequeña casa, separada de la residencia principal. Aunque era más pequeña que la casa principal por la que habían pasado, a Wenbao le parecía enorme. Se sentó en una silla en el amplio salón, asombrado, mientras Fang Xin le sonreía con ternura.

—Mira, parece un pequeño ciervo perdido en el bosque. No temas, Wenvao, aquí estarás seguro —aseguró Fang Xin.

Fang Xin llamó a la sirvienta y ordenó que trajeran un paño húmedo para limpiar el rostro de Wen Bao, que estaba manchado con maquillaje, polvo y lágrimas. Mientras tanto, Yongnan estaba sentado en silencio leyendo el periódico. En ese momento, el ejército imperial japonés comenzaba a desmoronarse debido a los intensos ataques de los Aliados, tanto en las islas japonesas como en los territorios que Japón había invadido para establecer bases militares. El ejército japonés estaba perdiendo muchas tropas y civiles, pero el gobierno japonés seguía firme en su posición de continuar luchando en el campo de batalla.

El Telón De Seda Con El Patrón del Tigre [ม่านไหมลายพยัคฆ์]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora