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Ya había tenido el gran recorrido por la mansión, aun que solo recordara mi cuarto y la cocina. Intentaba distraerme en el jardín, mirando las hermosas flores que resaltaban en los arbustos. Entonces fijé mi vista en un arbusto de rosas, era realmente hermoso. Su color rojo resaltaba de los demás que eran claros, y ahí fue cuando un recuerdo volvió a mi mente.

—Mami, mira —le apunte un hermoso ramo de rosas. Había vuelto a tener seis años, tomaba a mi madre de la mano mientras caminabamos por la ciudad.

—Son bellísimas —me mostró sus dientes en una sonrisa amorosa, típica de ella—. ¿Me daría una, por favor?

El vendedor nos sonrió amable y sacó una de las Rosas del ramo, dejando ver las espinas antes escondidas. Mi madre la tomó entre sus dedos con cuidado de no pincharse. Me la tendió y yo la sostuve, sin darme cuenta solté un pequeño quejido en cuanto tuve contacto con una de sus espinas.

—Cuidado, mi amor, podrán parecer muy frágiles, pero sus espinas son peligrosas —asentí y la tomé por donde ella lo había hecho antes. Su hermoso color rojo era tan llamativo que se notaba sus buenos tratos y cuidados.

—Ellas son como tú, eres tan frágil y delicado como una rosa, pero por dentro, eres tan fuerte que nadie nunca te podrá hacer daño, Lix.

Desde ese día, las rosas fueron mi flor favorita.

—¿Y tú quién eres? —me sacó una voz de mis pensamientos. Volteé y me encontré con un chico de casi mi altura, con cabello negro, que hacía juego con sus ojos y contraste con su piel pálida. Observé su nariz que no era perfecta, pero en su cara si se veía así, encajaba con todo a la perfección, sus labios con forma de corazón, aún que el interior tuviera una forma más redonda, eran rosas y de veían suaves. Relamí los míos, que estaban secos y algo lastimados. Entonces, volvió a hablar—. Te pregunté algo.

—Oh si, ¿Que dijiste? —lo miré saliendo del trance en el que había entrado al tenerlo delante. Pero su voz fría y distante me descolocó.

—¿Qué quién eres? —volvió a preguntar de mala gana.

—Es tú nuevo hermano —Contestó mi nuevo padre entrando por la puerta del jardín sin dejarme responder a la pregunta que realmente era para mi.

Así que ese era mi nuevo hermanastro. Bloqueé cualquier tipo de atracción física que me haya provocado aquel chico, del cuál no recordaba su nombre, y solo me dispuse a asentir ante lo que decía el mayor de los tres. El joven volteó a verme y me miró de arriba a abajo con desprecio, lo entendía había ido a "invadir su territorio" por decirlo de alguna forma. El ya ni sería el hijo único al que dedicarían toda su atención, y lo peor, era que el que había llegado era un hermano menor, seguramente creía que le iba a quitar toda la atención de sus padres, pero esa no era mi intención, solo quería largarme.

—Felix, el es Changbin, y Changbin, el es Félix —nos presentó el señor Seo con su sonrisa de oreja a oreja. Changbin me observó ahora con superioridad, y debo de admitir que fue de lo más incómodo de todo el día.

—¿Podría ir a mi habitación? Estoy algo cansado y quiero dormir —dije la primera escusa que tuve para salir de aquella incómoda situación.

—Claro, Bin te llevará —el hombre mayor miró a su hijo aún sonriendo y se marchó por donde había venido.

—Camina —me indicó casi ladrandome, al llegar a las escaleras subió hasta el segundo piso y fue a una de las habitaciones al final del pasillo—. Es ésta.

Asentí y abrí la puerta deseando que se marchara en ese instante para poder relajarme. Mire la habitación con las paredes pintadas de un color gris claro, casi todo hacía juego con ésta, hasta las dos puertas situadas frente a la cama  que vaya a saber quién donde llevaban.

—¿A dónde van esas puertas? —le pregunté al chico aún a mis espaldas.

—Al armario y al baño —me contestó fríamente. De pronto, sentí su presencia justo detrás de mi a escasos centímetros—. Escúchame mocoso, ésta es mi casa, así que ten cuidado con lo que haces o dices, porque puedo hacer que te vayas con solo hablar.

Su amenaza me puso los pelos de punta y mi mirada siguió fija en el frente.

—No me interesa tener la atención de tus padres, y menos su cariño, así que por eso no te preocupes.

Asintió y volví a sentir frío en la espalda cuando su calor dejó de abrazarme, contuve un escalofrío. Sentí la puerta cerrarse a mis espaldas y ahí es cuando supe que ya podía volver a respirar con normalidad.

La rosa en el jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora